martes, mayo 28, 2013

... de memoria

Una de las cosas que más recuerdo del colegio es cuando nos hacían memorizar un texto (paporretearnos). Generalmente era en el curso de Lenguaje donde la señora Pando o la señora Genoveva Rainilla nos obligaba a escoger un poema y declamarlo a delante de todo el salón.
Creo que mi madre era cómplice en esta trama porque siempre resultaba la más entusiasta con el asunto...

Aquí, una de las "joyitas" que tuve que memorizar.... yo respetaba mucho a mi madre...¿qué les puedo decir?

El seminarista de los ojos negros
Desde la ventana de un casucho viejo
abierta en verano, cerrada en invierno
por vidrios verdosos y plomos espesos,
una salmantina de rubio cabello
y ojos que parecen pedazos de cielo,
mientas la costura mezcla con el rezo,
ve todas las tardes pasar en silencio
los seminaristas que van de paseo.

Baja la cabeza, sin erguir el cuerpo,
marchan en dos filas pausados y austeros,
sin más nota alegre sobre el traje negro
que la beca roja que ciñe su cuello,
y que por la espalda casi roza el suelo.

Un seminarista, entre todos ellos,
marcha siempre erguido, con aire resuelto.
La negra sotana dibuja su cuerpo
gallardo y airoso, flexible y esbelto.
Él, solo a hurtadillas y con el recelo
de que sus miradas observen los clérigos,
desde que en la calle vislumbra a lo lejos
a la salmantina de rubio cabello
la mira muy fijo, con mirar intenso.
Y siempre que pasa le deja el recuerdo
de aquella mirada de sus ojos negros.
Monótono y tardo va pasando el tiempo
y muere el estío y el otoño luego,
y vienen las tardes plomizas de invierno.

Desde la ventana del casucho viejo
siempre sola y triste; rezando y cosiendo
una salmantina de rubio cabello
ve todas las tardes pasar en silencio
los seminaristas que van de paseo.

Pero no ve a todos: ve solo a uno de ellos,
su seminarista de los ojos negros;
cada vez que pasa gallardo y esbelto,
observa la niña que pide aquel cuerpo
marciales arreos.

Cuando en ella fija sus ojos abiertos
con vivas y audaces miradas de fuego,
parece decirla: —¡Te quiero!, ¡te quiero!,
¡Yo no he de ser cura, yo no puedo serlo!
¡Si yo no soy tuyo, me muero, me muero!
A la niña entonces se le oprime el pecho,
la labor suspende y olvida los rezos,
y ya vive sólo en su pensamiento
el seminarista de los ojos negros.

En una lluviosa mañana de inverno
la niña que alegre saltaba del lecho,
oyó tristes cánticos y fúnebres rezos;
por la angosta calle pasaba un entierro.

Un seminarista sin duda era el muerto;
pues, cuatro, llevaban en hombros el féretro,
con la beca roja por cima cubierto,
y sobre la beca, el bonete negro.
Con sus voces roncas cantaban los clérigos
los seminaristas iban en silencio
siempre en dos filas hacia el cementerio
como por las tardes al ir de paseo.

La niña angustiada miraba el cortejo
los conoce a todos a fuerza de verlos...
tan sólo, tan sólo faltaba entre ellos...
el seminarista de los ojos negros.

Corriendo los años, pasó mucho tiempo...
y allá en la ventana del casucho viejo,
una pobre anciana de blancos cabellos,
con la tez rugosa y encorvado el cuerpo,
mientras la costura mezcla con el rezo,
ve todas las tardes pasar en silencio
los seminaristas que van de paseo.

La labor suspende, los mira, y al verlos
sus ojos azules ya tristes y muertos
vierten silenciosas lágrimas de hielo.

Sola, vieja y triste, aún guarda el recuerdo
del seminarista de los ojos negros...

martes, mayo 21, 2013

El árbol que no quiso ser Bonsái

Este quizás podría ser el título de un libro. Salió al azar en una conversación con JC contando la historia, justamente, de un árbol que no quiso ser bonsái.

………………………………….

De niña pasaba horas viendo a mi padre dedicado a su jardín. Amaba el jardín de la casa y dentro de esta devoción, pasaba horas investigando e invirtiendo tiempo en el cultivo de sus bonsáis. En ese entonces, hablo de los lejanos 60s- 70s no existía esta proliferación de los arbolitos enanos que vemos ahora hasta cuando salimos de una panadería.

Es más, recuerdo que en casa ni siquiera los llamábamos por su nombre japonés. Simple y llanamente eran: los arbolitos enanos (redundante entre el diminutivo y el adjetivo como verán). Supongo que serían unos ocho o diez, a los que diariamente en un ritual cuasi oriental – para seguir en el ambiente-  mi padre inclinaba su pequeña estatura (medía un metro sesentaiocho) con los lentes sobre la nariz.

Todo en pequeño, como los maravillosos haikus de Basho
De qué árbol florido
No lo sé,
Pero ¡ah, qué fragancia!
 

De niña, me acercaba tímidamente a observarlo y al descubrirme, dejaba que me hiciera cargo de la manguera que tenía un aparato metálico especial que hacía que el agua saliera con un chorro fuerte y maravilloso. Maravilloso para la ilusión de estar en el jardín, mientras él, con unas tenazas especiales, hilo de pescar y una enorme paciencia cortaba las ramas, amarraba los tronquitos y detenía el crecimiento natural del árbol…

Recuerdo uno cuyo tronco era espinado. Otro del que creció una granada en miniatura. Pero hay uno en especial… Uno que le dio mucho trabajo, uno que se resistía, uno que a pesar de las ataduras, nudos, las horas de dedicación, y seguramente la preocupación, le seguía dando batalla. El árbol ganó. Tuvo que sembrarlo a un lado del jardín y dejar que creciera a su libre albedrío.

El molle, imponente, empezó a secarse el año que mi padre murió.

Hoy, que la casa ya no existe, el recuerdo del árbol que no quiso ser bonsái regresó con fuerza.

Gracias a la generosidad de una gran amiga, esta semana recibimos como herencia cuatro bonsáis que su padre había cuidado por más de veinte años. Curiosamente, mi hijo, y quizás teniendo algo de su abuelo, está empezando a dedicarse a su cuidado.

martes, mayo 14, 2013

La realidad desgastada

Ayer fui al cine, y más allá de haberla pasado bastante bien, me llamó la atención un detalle.

Cuando las luces se apagan, suelen bombardearnos durante unos doce minutos con varios “trailers” de los próximos estrenos. Es más, creo que el precio de la entrada —que está por las nubes—incluye ese tiempo para que disfrutes de toda esta información. Publicidad que le llaman.

Asunto entonces: me vi cinco trailers y curiosamente me quedé pasmada cuando me di cuenta que los CINCO eran de ciencia ficción: unos aliens invaden la Tierra; padre e hijo luchan por su vida en el planeta agreste; batallas entre dos mundo; otra de Titanes de acero y por último, el infaltable Superman (reloaded versión 15 seguramente).

Me pregunto si la realidad ha dejado de ser lo suficientemente entretenida y fructífera para entregarles a los guionistas de Hollywood (porque es la única cantera de la que alimentamos nuestra cultura cinéfila). Se cansaron ya de este mundo de carne y hueso, tonto, superficial, aburrido que necesitan salir del “tiempo/espacio histórico” y dejar volar la imaginación. Todos los temas realista se han vuelto “cliché” o los hemos de tanto manosearlos se ha oxidados en esta vida rutinaria y sin encanto… ¡Qué tristeza!

Y para consolarnos consumimos kilos de canchita y esperamos la llegada del nuevo salvador: el Hombre de Acero.

martes, mayo 07, 2013

Nos está pasando...

Ismael Serrano dice ciertamente en una  canción: No hay derecho a salir a la calle con miedo.
 
Ya tenemos miedo a salir, miedo a dejar la casa sola, miedo a tener dinero en la cartera, miedo a una bala perdida, miedo a un choque. Miedo al asalto, al robo, a la violencia. No hay derecho.
 
Cuando te roban, generalmente el consuelo de los amigos (y valioso por cierto) es que hay que agradecer que no pasó nada, que finalmente son cosas materiales... Pero no hay derecho. Cada objeto que se llevan, ese anillo de boda, ese carro, esa foto de tu billetera, cada cosa que llevas contigo, cada cosa que tienes posee un valor intrínseco, un significado. No hay derecho.
 
No hay derecho que te roben tu tranquilidad, que invadan tu mundo interior, tu paraíso personal, sea mucho o poco lo que tengas... No hay derecho.
 
No hay derecho que te arrebaten el sueño, la seguridad del nido, los recuerdos de tus padres, los regalos de tus hijos. No hay derecho.
 
Pero así es la vida... y seguimos invadidos del que no respeta mi derecho, tu derecho....
 
Hace unos días unos amigos que quiero muchísimo tuvieron la desgracia de sufrir un asalto terrible.
 
No hay derecho.