martes, noviembre 26, 2013

Juego familiar

El ajedrez es un juego atractivo. Curiosamente se vincula con los eruditos, los matemáticos, entre algunos tipos de personalidad que suelen salir de lo común. Inclusive pareciera que es casi una actividad exclusiva de los varones.
En la literatura, el juego ha inspirado muchísimas novelas. Una de ellas me gustó mucho: La tabla de Flandes de Arturo Pérez Reverté. Más allá de la trama de la que no voy a hablar, las explicaciones que nos da el narrador sobre las reglas del ajedrez son didácticas, cautivantes e interesantes. Mafalda en varias de las tiras cómicas se devana los sesos tratando de enseñarles a sus amigos la dinámica para que pudieran compartir con ella la afición. Las reacciones van de acuerdo a sus personalidades: el humor destaca por encima de todo.
Mi padre me enseñó a jugar ajedrez. En las tardes del domingo cuando se metía a la cama cayendo la tarde me sentaba con él y pasábamos un buen rato jugando una partida. Evidentemente me solía ganar en casi todas. Me pasaba sus libros de partidas famosas “Capablanca” una de ellas. Recuerdo el encuentro de Fisher y Spasky como si fuera ayer (en plena Guerra Fría fue un hito histórico). Se esforzó especialmente en indicarme que finalmente el juego dependía de una pieza: la reina. Su capacidad de movimiento la volvía la pieza más importante de todas. El Rey, al que había que "matar" era un tonto inútil que lo único que hacía era esconderse. ¡Qué metáfora, por Dios!
Cuando viajaba a USA por algún congreso no dejaba de traer al menos un Pocket Chess. Un estuche del tamaño de una calculadora científica que se abría como una libreta con las fichas imantadas. Una maravilla tecnológica para mí. A principios de los 70s además, todo lo que venía del norte… lo era!
Me ha vuelto a la memoria una chispa hecha imagen, verme detrás de su asiento en su Citröen D Palas 65 color plata yendo en un largo paseo y aprovechando el trecho para jugar ajedrez. Se preguntarán ¿cómo? Pues haciendo un ejercicio mental (más del suyo desde luego). Yo con el tablero magnético en mano y él con el timón. Yo indicándole cuáles eran las jugadas y él, construyendo el juego en su mente, formando el mismo tablero que de vez en cuando pedía pasarle solo para darle una mirada. Mi voz infantil entonaba: d4 y él seguía. Esas partidas nunca se terminaban, solo eran un ejercicio mental en la que solo los dos teníamos cabida.
No he vuelto a jugar ajedrez. Con el tiempo dejamos de jugar, con el tiempo dejamos mucho en el tintero. Pero como con el tiempo los hijos nos ayudan a recuperar aquello perdido. Alejandro, en su momento, pasó largas tardes con su abuelo jugando ajedrez. Algunas fotos del álbum familiar conservan aún esos instantes en donde frente a un tablero un niño y un adulto juntaban estratégicamente  sus mentes para conquistar al rey del otro.

martes, noviembre 19, 2013

Una recomendación de lectura


Estoy leyendo Alice Monroe, la escritora canadiense ganadora del Premio Nobel de Literatura 2013. He encontrado en la lectura un estilo discreto, simple, directo y sobre todo: humano. Me ha realmente enganchado.

La vida de las mujeres es una novela con frases que describen de manera directa la naturaleza humana. No quiero seguir haciendo una suerte de crítica puesto que no es mi fuerte. Simplemente soy lectora que le gusta recomendar libros a mis amigos con los que comparto la afición.
Aquí los dejo con algunos ejemplos:

·         A menudo me tomaba por frívola y estúpida, pero no me importaba demasiado; había en su juicio algo grande e impersonal que me hacía libre. Él mismo no se sentía dolido ni menos cavado en ningún sentido por mi deficiencia, aunque la señalara. Esa era la gran diferencia entre decepcionarlo a él y decepcionar a alguien como a mi madre o incluso a mis tías. El egocentrismo masculino hacía que me sintiera relajada en su compañía.
 

·         Una línea muy nítida separaba el trabajo de los hombres del de las mujeres, y cualquier amago de atravesar esa línea lo recibían con una risa alegre, asombra y, a su pesar, desdeñosa.
 

·         En su casa (…) las conversaciones tendían muchos niveles, no podía decirse nada de forma directa, todas las bromas podía ser una puñalada por la espalda. La desaprobación de mi madre era abierta e inconfundible, como el mal tiempo; la de ellas llegaba como si de pequeños cortes de navaja se tratase, de un modo desconcertante, en medio de la amabilidad. Tenían el don de la burla devastadora adornada de deferencia.

martes, noviembre 12, 2013

¡A la cama!

La búsqueda de un nuevo colchón no es cosa fácil. Es una compra que contempla varias aristas, puesto que en la variedad uno se marea. Al menos yo. Si de espuma, si de resortes, si medida europea o americana, si anti-stress, si anti-alérgico…. si… si… si…. Es demasiado.
Me embarqué en esta delicada empresa hace unas pocas semanas. Mi colchón (sin entrar en suspicacias por favor) tenía varios años de uso, y la verdad es que el pobre había cumplido su función. Más que dolores de cabeza nos empezó a producir sendos dolores de espalda y de cuello. Conclusión: a cambiar de colchón.
El cuento es que llegué a la tienda X de colchones porque sabía que además, si iba a Ripley o Saga sería peor… encontraría miles de marcas y me iba a marear. En mi cabeza rondaba además esa antigua publicidad de la cabrita comiendo la paja de un colchón bamba que decía: meeeee gusssssta….. quééééééé rrrrrriiiiccooooo!
El caballero solícito que me atendió me dio las quinientas explicaciones sobre las ventajas de cada uno de los productos. Pero yo quería uno que fuera BBB. Ubicado el susodicho vino la situación interesante: Señora, pruebe el colchón…por favor. Es decir: Señora, échese en la cama. Y digo cama porque el vendedor me invitaba a probar la muestra que se encontraba en la vitrina (léase daba a plena avenida) y tenía un edredón, el cual retiró para que yo hiciera la requerida prueba.
¿Cómo les explico? A ver… ¿cómo pruebas un colchón? ¿Te sientas y ya? ¿Lo tocas? ¿Lo muerdes…. meeeee gusssssta….. quééééééé rrrrrriiiiccooooo!? ¿Saltas?  ¡No jodan! No lo voy a decir…. pero podría probarse de mil maneras. Además, en plena vitrina..
El vendedor insistía: Señora, échese para que lo pruebe….
Cómo me voy a echar “relajadita” para probar un colchón. Con cartera en la mano, llaves del carro en la otra, zapatos puestos, abrigo, casi en rigor mortis y mortis por la vergüenza, acostarme en la cama de la tienda, los carros pasando al otro lado de la ventana…. ¡Por favor! ¡Denme un aire!
Conclusión: me senté, toqué, presioné y no hice nada más. Con la compra, quedaba hipotecada mi salud corporal y la de JC desde luego. Sin embargo, mi historia quedaría ahí si no fuera por un detallito que no contemplé. En el párrafo anterior indicaba que me había sentado en la cama con los zapatos puesto e indicaré en este punto al lector, que yo no bajo de los tacos de siete centímetros jamás. Eso implicó que a la mañana siguiente de haber dormido bien, mis piernas colgaban como cuando la Alicia se hizo pequeñita pequeñita después de haber comido la galleta equivocada... Mi cama era baja, yo era baja y el colchón era alto, alto... Ahora no queda más que resbalarme hacia el piso hasta llegar al piso... En fin, gajes del oficio de ser pequeña.

 

martes, noviembre 05, 2013

Tan simple...


¡Estoy demasiado feliz, mi papá me pagó mi disfraz de Halloween!
Cuando uno tiene diecisiete años la felicidad se expresa así. No me atrevo a decir que se reduce a esta frase porque sería injusta y hasta arrogante, al enjuiciar cómo este estado emocional cabe en esas palabras.
Cuando tenía diecisiete años seguramente podría haber compartido el mismo sentimiento… claro que mi mamá no me hubiera comprado nada para Halloween porque sacaría de sus cajas misteriosas algo que me sirviera. Sin embargo, me vino a la cabeza cuando – por darle la contra a mi mamá- mi papá me compró en la zapatería “Paola” unas botas de cuero con taco que eran el sueño de mi vida: estaba demasiado feliz.
Los adultos nos complicamos más en sentir la felicidad, esa esquiva criatura que se esconde a veces en mínimos detalles y justamente por ello, no la notamos. ¿Cuándo estamos demasiados felices? Un instante puro y espontáneo.
Un par de ejemplos para no caer de nuevo en uno listado, tómenlo como una metáfora o tómenlo literalmente, con toda libertad: un ataque de risa imprevisto, un vaso de agua cuando tenemos realmente sed.
Disfrutemos también de ser demasiado felices, del disfraz de Halloween, de las boas con taco, de reír. Esta chica me dio una lección, es fácil ser feliz cuando se tiene diecisiete años y cuando se tienen más, también.