La famosa frase “uno es dueño de
lo que calla y esclavo de lo que habla” siempre me ha parecido muy inteligente.
Yo, en lo particular, suelo ser medio esclava porque cuando me pasa algo (bueno
o menos bueno) lo comento con las personas cercanas en la vida.
No obstante, ahora que somos
emisores y receptores de nuestras vidas y las ajenas (en la medida en que lo queremos) a
través de las redes sociales, el correo electrónico y los medios de mensajería instantánea,
no somos tan esclavos. Hay tanta información, que aquello que dijiste hoy, se
olvida mañana.
Pero me llama la atención, que
últimamente percibo que uno es esclavo de lo que calla. Cuando uno tiene asuntos
personales que por mil y un razones no desea compartirlos y de pronto, sale a
la luz… muchísimas personas se sienten (o se hacen las) ofendidas porque no
fueron partícipes de la noticias desde un principio. ¡Dios mío!
La escala de valorar lo público y
lo privado también se está invirtiendo como muchas cosas en la vida. “Vicios
privados, públicas virtudes” ya funciona al revés.
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