Me llamó la atención la última parte de este, aquí lo comparto con ustedes:
Seguimos formando parte de una sociedad en la que se tiende a
condenar el talento y el éxito ajenos. Aunque nadie hable de ello, en un plano
más profundo está mal visto que nos vayan bien las cosas. Y más ahora, en plena
crisis económica, con la precaria situación que padecen millones de ciudadanos.
Detrás de este tipo de conductas se esconde un virus tan
escurridizo como letal, que no solo nos enferma, sino que paraliza el progreso
de la sociedad: la envidia. La Real Academia Española define esta emoción como
“deseo de algo que no se posee”, lo que provoca “tristeza o desdicha al
observar el bien ajeno”. La envidia surge cuando nos comparamos con otra
persona y concluimos que tiene algo que nosotros anhelamos. Es decir, que nos
lleva a poner el foco en nuestras carencias, las cuales se acentúan en la
medida en que pensamos en ellas. Así es como se crea el complejo de
inferioridad; de pronto sentimos que somos menos porque otros tienen más.
Bajo el embrujo de la envidia
somos incapaces de alegrarnos de las alegrías ajenas. De forma casi inevitable,
estas actúan como un espejo donde solemos ver reflejadas nuestras propias
frustraciones. Sin embargo, reconocer nuestro complejo de inferioridad es tan
doloroso, que necesitamos canalizar nuestra insatisfacción juzgando a la
persona que ha conseguido eso que envidiamos. Solo hace falta un poco de
imaginación para encontrar motivos para criticar a alguien.
El primer paso para superar el complejo de Solomon consiste en
comprender la futilidad de perturbarnos por lo que opine la gente de nosotros.
Si lo pensamos detenidamente, tememos destacar por miedo a lo que ciertas
personas –movidas por la desazón que les genera su complejo de inferioridad–
puedan decir de nosotros para compensar sus carencias y sentirse mejor consigo
mismas.
¿Y qué hay de la envidia? ¿Cómo se trasciende? Muy simple: dejando
de demonizar el éxito ajeno para comenzar a admirar y aprender de las
cualidades y las fortalezas que han permitido a otros alcanzar sus sueños. Si
bien lo que codiciamos nos destruye, lo que admiramos nos construye.
Esencialmente porque aquello que admiramos en los demás empezamos a cultivarlo
en nuestro interior. Por ello, la envidia es un maestro que nos revela los
dones y talentos innatos que todavía tenemos por desarrollar. En vez de luchar
contra lo externo, utilicémosla para construirnos por dentro. Y en el momento
en que superemos colectivamente el complejo de Solomon, posibilitaremos que
cada uno aporte –de forma individual– lo mejor de sí mismo a la sociedad.
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