La zona segura, siempre será eso. Un lugar en donde
nada te atormenta, nada te perturba. Un lugar donde la calma y la tranquilidad
suele ser lo prioritario. Pero, ¿qué pasa cuando deja de serlo? Pues hay que
tener el valor para dar un paso hacia afuera.
Se cruza en todos un tema importante. La edad. Una
cosa es dar un paso hacia afuera cuando tienes veinticinco o treinta años y
otra muy diferente es cuando tienes cincuenta o sesenta. ¿Vale realmente la
pena hacerlo? Si nos sentimos tentados a hacerlo, habrá que analizar varias
aristas o simplemente tomar la decisión y cerrar la puerta detrás de nosotros.
En la relación de pareja por ejemplo, suele verse
más seguido matrimonios que terminan cuando ambos bordean esa edad. No todos
necesariamente porque haya una tercera persona. Simplemente, se prefiere dejar
la supuesta zona segura porque tal vez fuera las cosas marchen mejor. Otros, no
toman la decisión, puesto que la presión de la sociedad, de los hijos, el miedo
a la soledad y la rutina pueden pesar más que la búsqueda de un bien mayor
(mejor). Cabe aquí una pregunta que también puede ser válida – detalle que me
hizo notar un lector- ¿hacen algo por rengancharse? ¿se trabaja para reorientar
y recuperar lo perdido?
Pasa lo mismo en los empleos. Tal vez, el miedo a
dejar la zona segura (laboral y hasta económica) hace que muchas personas
permanezcan en un entorno que ya no los apasiona, que no los motiva, que no les
permite ir más allá: sin embargo, tal vez aquí también podríamos aplicar las
mismas preguntas.
Y ahora sí, creo que es válido que luego de
contestar esas inquietudes, si la cosa no marcha, pues tomar la decisión de
arriesgar. Aquí ya no importan los juicios de valor de los demás. Luego de
revisados todos los ángulos, pues pa’lante. Pero eso sí, nunca tires la puerta.
No dejes tampoco una bomba de tiempo dentro. Ciérrala con respeto y humildad, no dejes
cabos sueltos; no vaya a ser que en algún momento tengas que volverla a tocar.
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