Era un sábado cualquiera, teníamos diez años y
salíamos a montar bicicleta donde nos daba la gana. No había tráficos, no había
tanto peligros, vivíamos una infancia despreocupada y nuestras madres confiaban
en la calle tanto como en nosotras. Junto con mis amigas paseábamos un día por
el Real Club, precisamente en la calle Los Castaños. Recuerdo que era una tarde soleada. Algunos
carros estacionados y nosotras esperábamos para cruzar la pista.
En eso, sobre la parte izquierda llamó nuestra
atención un Volkswagen con la puerta abierta, un hombre nos miraba. Y nosotras
sentimos una situación incómoda ello, cuando nos percatamos a la vez que se
estaba masturbando. De hecho, a esa edad, no sabíamos mucho que digamos qué es
lo que él estaba haciendo mientras clavaba su mi mirada en la nuestra. Solo
recuerdo que alguna de nosotras solo gritó “carrera hasta el Golf!” y salimos
pedaleando a toda velocidad.
Detrás de nosotras, escuché la puerta del carro que
se cerraba y que el motor se encendía. Mi imaginación, sin entender todo el
escenario aún, solo tenía la capacidad de decirme: peligro, peligro. “Vamos por
la izquierda”, grité. Es decir, contra el tráfico y luego entre las callecitas fuimos
volviendo a la casa. Una decía “¿qué era?”, la otra: “se estaba tocando”, etcétera,
etcétera. Pero la coincidencia fue “qué miedo, qué asco”. No sabíamos nada,
solo que lo que vimos no era correcto en ese escenario.
Cuando Magaly Solier sufrió de un ataque sexual en el Metropolitano, tuvo la valentía de denunciar y la suerte de ser quien es. Y
todas hemos tenido la suerte de que ella sea quien es. Bastó UNA voz, SU voz para
que por fin, se nos escuche. A nosotras nadie nos escuchó, por decir lo menos.
A la adolescente manoseada tampoco, a la niña violada menos. Se puede encontrar con un médico legista que
le humille más, un policía que no la escuche porque estaba con falda “provocativa”.
¿Entenderán las autoridades, de una vez por todas, cómo
es el sentimiento?
Es complicado y lo será, pues pocos hombres podrán lograr a tener tal empatía con la víctima.
Por eso, habrá que seguir levantando la voz, tu voz, mi voz, nuestras voces: a la vez.
Es complicado y lo será, pues pocos hombres podrán lograr a tener tal empatía con la víctima.
Por eso, habrá que seguir levantando la voz, tu voz, mi voz, nuestras voces: a la vez.
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