En varias ocasiones me he encontrado con entrevistas, biografías o testimonios de diferentes autores en los cuales se trasmite "el terror a la página en blanco". Yo supongo que especialmente si consideramos que escribir es una suerte de catarsis, de exorcismo... la angustia debe ser enorme... pero también se pueden dar momentos en los cuales no se tenga qué decir, o lo decible se tenga atracado como un mal trago.
Me encontré con este poema de Pedro Salinas, gran poeta español de la Generación del '27 que me hizo pensar un poco en esta sensación de los escritores a la hora de posar sus dedos sobre el teclado -otrora, de una máquina de escribir-. A los lectores más jóvenes, les indicaré que la Underwood era una marca famosa de máquinas antiguas que usaban teclas blancas y cuyo esfuerzo era, obviamente diferente al tecleado de ahora: era mecánica. Hoy, una pieza de museo.
UNDERWOOD GIRLS
Quietas, dormidas están,
las treinta, redondas, blancas.
Entre todas
sostienen el mundo.
Míralas, aquí en su sueño,
como nubes,
redondas, blancas, y dentro
destinos de trueno y rayo,
destinos de lluvia lenta,
de nieve, de viento, signos.
Despiértalas,
con contactos saltarines
de dedos rápidos, leves,
como a músicas antiguas.
Ellas suenan otra música:
fantasías de metal
valses duros, al dictado.
Que se alcen desde siglos
todas iguales, distintas
como las olas del mar
y una gran alma secreta.
Que se crean que es la carta,
la fórmula, como siempre.
Tú alócate
bien los dedos, y las
raptas y las lanzas,
a las treinta, eternas ninfas
contra el gran mundo vacío,
blanco a blanco.
Por fin a la hazaña pura,
sin palabras, sin sentido,
ese, zeta, jota, i...
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