martes, septiembre 23, 2014

Debilidades humanas

Lo que leerán a continuación es el fragmento de un artículo leído en El País, escrito por Borja Vilaseca: "La envidia y el síndrome de Solomon" (http://elpais.com/elpais/2013/05/17/eps/1368793042_628150.html).
Me llamó la atención la última parte de este, aquí lo comparto con ustedes:


Seguimos formando parte de una sociedad en la que se tiende a condenar el talento y el éxito ajenos. Aunque nadie hable de ello, en un plano más profundo está mal visto que nos vayan bien las cosas. Y más ahora, en plena crisis económica, con la precaria situación que padecen millones de ciudadanos.
Detrás de este tipo de conductas se esconde un virus tan escurridizo como letal, que no solo nos enferma, sino que paraliza el progreso de la sociedad: la envidia. La Real Academia Española define esta emoción como “deseo de algo que no se posee”, lo que provoca “tristeza o desdicha al observar el bien ajeno”. La envidia surge cuando nos comparamos con otra persona y concluimos que tiene algo que nosotros anhelamos. Es decir, que nos lleva a poner el foco en nuestras carencias, las cuales se acentúan en la medida en que pensamos en ellas. Así es como se crea el complejo de inferioridad; de pronto sentimos que somos menos porque otros tienen más.
Bajo el embrujo de la envidia somos incapaces de alegrarnos de las alegrías ajenas. De forma casi inevitable, estas actúan como un espejo donde solemos ver reflejadas nuestras propias frustraciones. Sin embargo, reconocer nuestro complejo de inferioridad es tan doloroso, que necesitamos canalizar nuestra insatisfacción juzgando a la persona que ha conseguido eso que envidiamos. Solo hace falta un poco de imaginación para encontrar motivos para criticar a alguien.
El primer paso para superar el complejo de Solomon consiste en comprender la futilidad de perturbarnos por lo que opine la gente de nosotros. Si lo pensamos detenidamente, tememos destacar por miedo a lo que ciertas personas –movidas por la desazón que les genera su complejo de inferioridad– puedan decir de nosotros para compensar sus carencias y sentirse mejor consigo mismas.
¿Y qué hay de la envidia? ¿Cómo se trasciende? Muy simple: dejando de demonizar el éxito ajeno para comenzar a admirar y aprender de las cualidades y las fortalezas que han permitido a otros alcanzar sus sueños. Si bien lo que codiciamos nos destruye, lo que admiramos nos construye. Esencialmente porque aquello que admiramos en los demás empezamos a cultivarlo en nuestro interior. Por ello, la envidia es un maestro que nos revela los dones y talentos innatos que todavía tenemos por desarrollar. En vez de luchar contra lo externo, utilicémosla para construirnos por dentro. Y en el momento en que superemos colectivamente el complejo de Solomon, posibilitaremos que cada uno aporte –de forma individual– lo mejor de sí mismo a la sociedad.


lunes, septiembre 15, 2014

Cadenas, retos y literatura

Estoy haciendo, hace meses atrás, una dieta complicada. He recortado a la mínima expresión mi consumo de Facebook.  Me siento ligera de equipaje. Es personal, es como tener el colesterol alto y dejar de consumir tanta grasa.

Pero resulta que llamó mi atención una cadena/reto vinculados a tirarse un balde de hielo y etcétera. La brújula se rompió, el objetivo del asunto –en mi humilde opinión- se convirtió en joda más que en compromiso.

A la fecha me han llegado tres retos/cadenas. Y desde ya les digo a los retadores que no voy a poner la información en mi muro desafiando a otros. Me reservo este derecho. Mi amiga Elena (retada al igual que yo) diría: no tengo tiempo para cojudeces. Sincera.

Yo tomo ese tiempo para realizar una reflexión al respecto.  

Empecemos por la definición literal de la palabra reto: a) provocación o citación al duelo o desafío. b) acción de amenazar. c) objetivo o empeño difícil de llevar a cabo, y que constituye por ello un estímulo y un desafío para quien lo afronta.

A ver… 
¿Es un desafío? No creo.
¿Me está amenazando? No creo.
¿Es difícil de hacer? No creo.

Buscamos, entonces, ¿compartir lo bueno que nos pasa, lo bueno que tenemos, las frases altruistas que conforman nuestro “ventiuncálogo” (7 x 3) particular? Chévere, felicito y me congratulo con las personas que las tienen a mano o efectivamente, como diría Elena: tienen tiempo para hacerlo (ahí no más lo dejo). Válido también que tengan la intención de poner cosas lindas en el Fcb porque ya a veces, se llena de críticas, malas vibrar, competencias soterradas (cito a otra amiga), stockeadas maleadas (cito a un alumno) y bla, bla, bla. Pero al final del día uno es dueño de su muro y cuelga lo que le da su reverenda gana.

Y ahora ¿a dónde voy con todo esto? A un punto concreto. Hay un desafío –obviando la definición del DRAE- que me gustó, y después de algunos días tomé la decisión de contestarlo a mi manera. Me pidieron una lista de los libros que pudiera vincular con   el  alma, el amor, la amistad, la reflexión y el refugio. No es un decálogo como contemplaba el desafío, mejor es una docena. Igual me quedo corta.
  • ·         Ana Karenina (León Tolstoi)
  • ·         Los miserables (Víctor Hugo)
  • ·         Inventario (Mario Benedetti)
  • ·         La soledad de los números primos (Paolo Giordano)
  • ·         El amor en los tiempos del cólera (Gabriel García Márquez)
  • ·         Conversación en La Catedral (Mario Vargas Llosa)
  • ·         Edipo Rey (Sófocles)
  • ·         La invención del amor (José Ovejero)
  • ·         El corazón del tártaro (Rosa Montero)
  • ·         Sonetos (Garcilaso de la Vega)
  • ·         La vida es sueño (Calderón de la Barca)


No hay Facebook, directamente. He hecho un giro. No desafío a nadie. Solo sugiero que, quien lea este post, piense en algún libro que le tocó la fibra.


Chau.

miércoles, septiembre 10, 2014

Era ayer, y yo me acuerdo

Cuando nosotros éramos niños y espero que en el “nosotros” se incluyan muchos lectores, soñábamos con ser grandes. Ser grandes era señal de independencia, libertad, tener la sartén por el mango. En pocas palabras, poder hacer lo que nos daba la gana.

Creo que teníamos una ligera conciencia de que además, implicaba asumir ciertas responsabilidades puesto que del tipo de vida que habíamos llevado de niños crecíamos con algunas herramientas valiosas. Pedir permiso, respetar a nuestros padres, estudiar para pasar el año (aunque fuese raspando), estudiar al menos mes y medio en el verano si no pasabas, meternos en algún taller de vacaciones útiles, entre los que recuerdo. Un conjunto básico de muestras de responsabilidad que te obligaban (a veces a la fuerza) a asumir ciertos compromisos. En resumen, algunas pinceladas de preparación para la adultez.

Cuando los años iban pasando, muchos padres iban soltando ciertas amarras, permisos. Llegar un más tarde, quedarnos a dormir en casa de amigos, tomar el bussing solos, fumar. La lista puede ser larga, despendía en todo caso del estilo de crianza y nuestro comportamiento.

Jugábamos a romper las reglas, quién no. Jugábamos a tensar la cuerda, quién no. Jugábamos a subir la hora de llegada. Jugábamos, discutíamos, gritábamos, tirábamos puertas; sin embargo, sabíamos perfectamente que un NO era un NO, y que si levantábamos la voz más de lo acostumbrado algo perderíamos en el camino o cargaríamos con las consecuencias.

Queríamos ser grandes, liberarnos. Queríamos ser dueños de nuestras propias vidas. Eso quería yo, al menos, cuando era niña y más cuando fui adolescente. Cuando cumplí 18 años, seguía queriendo lo mismo y recién cuando empecé a ganar mi propio dinero pude “sentir”, realmente “sentir” que la independencia era algo más que hacer lo que me diera la gana.

No sé en qué momento dejé de ser adolescente para convertirme en adulto, supongo que esa línea difusa fue formándose de a pocos, pero fue duro. Fue una lucha dolorosa. Recuerdo algunas esporádicas peleas con mi madre, lágrimas, palabras mal dichas, frustración y euforia. Nada grave, no por ello menos doloroso.

Hoy, en pleno siglo XXI, vivimos una diaria contradicción. Los niños de once años aún no quieren ser como su mamá, quieren ser como su prima X que la pasa “chévere”; no le encanta jugar xaxes, quiere maquillarse, hacerse la Keratina, entre otras miles de actividades típicas de la adolescencia actual. Obviamente quien tiene Facebook publica parte de sus logros, sus viajes, sus gustos, mil detalles de su vida personal (e íntima).

Est@ niñ@ de once años, se le plantará a los papás, le dirán lo que quiere, cuándo lo quiere y cómo lo quiere. Reclamará cómodamente, conchudamente que “le llega esperar” y que “mejor vamos porque estoy abrumado@”. 

Dramatizará con todo el disfuerzo loco imitar formas de hablar: “ay oye”, “fácil que…”, “de la nada…”, “…qué te pescaste el fin de semana”. Verá algún reality con devoción porque le encantaría participar o tener el propio y le parecerá mostro, que “un murciélago sea un conjunto se islas”. 

miércoles, septiembre 03, 2014

Saber decir NO

No sé si es nuestra sociedad, nuestra idiosincrasia peruana o qué. Pero lo cierto es que seguimos teniendo miedo a decir que no. Ojo, no tiene nada que ver con quejarnos cuando nos mandan a hacer algo que se contempla dentro de nuestras responsabilidades y aunque nos disguste, carezcamos de tiempo tenemos que hacerlo.

Decir NO, es simplemente dar un mensaje directo. No quiero hacerlo, no puedo hacerlo, no es correcto hacerlo, no me provoca hacerlo, no debo hacerlo, y todas las variaciones que ustedes puedan crear. Tenemos miedo a que el receptor de nuestro mensaje se enoje o se sienta defraudado.  

Es más fácil decir sí que no. Es fácil hacernos querer, porque la gente dirá que siempre estás dispuesto, que “no sabes decir que no”.

Peor es cuando decimos no frente a una invitación. No tengo ganas de salir, pero buscamos excusas de cualquier tipo para evitar ofender. ¿Por qué tendría que ofenderse alguien si le dices la verdad con cortesía? Sin embargo es lo que vivimos en el día a día.

Cada vez que he visto alguna situación (mía o ajena) en la que se exprese la negativa de hacer o continuar haciendo algo, termina mal. Hay un ofendido, hasta se puede perder el saludo del involucrado. Como dice una amiga: “fui expulsada del reino por decirle a X que ya NO iba a poder ayudarla más, me condenaron al destierro social”. Solo me quedó aplaudir su decisión y confirmar la estrechez mental de ciertos individuos.

Igualmente, a veces decir no, es justamente la respuesta contraria que espera el que requiere: espera un SI, un tajante POR SUPUESTO. El "no" a pesar de ir acompañado de un argumento lógico y razonable le cae como balde de agua helada y se desilusiona al escucharlo. Se puede enceguecer y obnubilar tanto que es incapaz de analizar las razones reales y hasta sanas de la respuesta. 


Es cierto, es difícil recibir un NO. Pero hay que entender que en varios casos recibir un SI sería contraproducente y jugarnos en contra. Revisar razones, revisar argumentos, revisar coyunturas, nos guste o no. Tenemos que aprender a escuchar esa palabra, tenemos que aprender a decirla.