martes, julio 31, 2012

"La migala" de Juan José Arreola

Recuerdo hace años que un alumno quiso "sacarnos la vuelta" y poner este texto para concurso de los Juegos Florales... la maestría de Arreola lo traicionó... cómo se le ocurría llegarle ni a los talones a tremendo lobo del relato corto:

La migala discurre libremente por la casa, pero mi capacidad de horror no disminuye.

El día en que Beatriz y yo entramos en aquella barraca inmunda de la feria callejera, me di cuenta de que la repulsiva alimaña era lo más atroz que podía depararme el destino. Peor que el desprecio y la conmiseración brillando de pronto en una clara mirada.
Unos días más tarde volví para comprar la migala, y el sorprendido saltimbanqui me dio algunos informes acerca de sus costumbres y su alimentación extraña. Entonces comprendí que tenía en las manos, de una vez por todas, la amenaza total, la máxima dosis de terror que mi espíritu podía soportar. Recuerdo mi paso tembloroso, vacilante, cuando de regreso a la casa sentía el peso leve y denso de la araña, ese peso del cual podía descontar, con seguridad, el de la caja de madera en que la llevaba, como si fueran dos pesos totalmente diferentes: el de la madera inocente y el del impuro y ponzoñoso animal que tiraba de mí como un lastre definitivo. Dentro de aquella caja iba el infierno personal que instalaría en mi casa para destruir, para anular al otro, el descomunal infierno de los hombres.
La noche memorable en que solté a la migala en mi departamento y la vi correr como un cangrejo y ocultarse bajo un mueble, ha sido el principio de una vida indescriptible. Desde entonces, cada uno de los instantes de que dispongo ha sido recorrido por los pasos de la araña, que llena la casa con su presencia invisible.
Todas las noches tiemblo en espera de la picadura mortal. Muchas veces despierto con el cuerpo helado, tenso, inmóvil, porque el sueño ha creado para mí, con precisión, el paso cosquilleante de la aralia sobre mi piel, su peso indefinible, su consistencia de entraña. Sin embargo, siempre amanece. Estoy vivo y mi alma inútilmente se apresta y se perfecciona.
Hay días en que pienso que la migala ha desaparecido, que se ha extraviado o que ha muerto. Pero no hago nada para comprobarlo. Dejo siempre que el azar me vuelva a poner frente a ella, al salir del baño, o mientras me desvisto para echarme en la cama. A veces el silencio de la noche me trae el eco de sus pasos, que he aprendido a oír, aunque sé que son imperceptibles.
Muchos días encuentro intacto el alimento que he dejado la víspera. Cuando desaparece, no sé si lo ha devorado la migala o algún otro inocente huésped de la casa. He llegado a pensar también que acaso estoy siendo víctima de una superchería y que me hallo a merced de una falsa migala. Tal vez el saltimbanqui me ha engañado, haciéndome pagar un alto precio por un inofensivo y repugnante escarabajo.
Pero en realidad esto no tiene importancia, porque yo he consagrado a la migala con la certeza de mi muerte aplazada. En las horas más agudas del insomnio, cuando me pierdo en conjeturas y nada me tranquiliza, suele visitarme la migala. Se pasea embrolladamente por el cuarto y trata de subir con torpeza a las paredes. Se detiene, levanta su cabeza y mueve los palpos. Parece husmear, agitada, un invisible compañero.
Entonces, estremecido en mi soledad, acorralado por el pequeño monstruo, recuerdo que en otro tiempo yo soñaba en Beatriz y en su compañía imposible.
FIN

martes, julio 24, 2012

... de haber nacido en esta tierra del sol

Leo sorprendida en un titular que se afirma que en nuestro país habitan DOS países... ¿Alguien descubrió la pólvora, recién en este año?...


Hace tiempo atrás, y creo que precisamente alrededor de las Fiestas Patrias escribí un post en el que me cuestionaba este patriotismo tan singular que tenemos los peruanos: fragmentado. Somos orgullosos por naturaleza de haber nacido en este país: ricas montañas, hermosas tierras, cumbres nevadas... Pero tan orgullosos de su comida, tan orgullosos de su artesanía, tan orgullosos de ser cálidos con el extranjero y sin embargo.

Sin embargo, seguimos perteneciendo a un país cuya pirámide social tiene más escalones, un territorio en el que cuando llegaron los españoles ya nos estábamos sacando el ancho por gobernar, ya nos estábamos sacando el ancho por un tema de poder, ya nos estábamos sacando el ancho por tenencia de territorio... y sin embargo.

Antes de matarse, Arguedas ya vivía en carne propia esta fragmentación. Un país en un hombre. Han pasado cien años de su nacimiento y nosotros los de entonces, seguimos siendo los mismos: ricas montañas, hermosas tierras, cumbres nevadas (y ya no tanto por el calentamiento global).

Antes de desangrarnos por años, no nos dimos cuenta del diario descuido del que formamos parte, no cuidamos al resto, no nos cuidamos a nosotros, no cuidamos nuestro entorno, no cuidamos nuestro progreso, no cuidamos nuestro lenguaje, no cuidamos ni a inga ni a mandinga.

Reparamos en un pasado milenario, qué lindo que era, qué justicia social la que existía, en qué momento se jodió el Perú, va o no va...
El 2021 está más cerca de lo que se cree, ojalá que para ese entonces pueda sentirme orgullosa íntegramente para celebrar el bicentenario de una real independencia, independiente de mezquindades, de cegueras, de tinterillos, de mediocridad, de prejuicios, de racismo... y sin embargo.

lunes, julio 16, 2012

De las cosas que me hubiera gustado...

Para mí, fue corto el tiempo que viví de hija y ver a mis padres juntos. A pesar de haber estado casados casi treinta años, tengo un recuerdo efímero de su relación.
Pienso en que me hubiera encantado ver (lo que hoy le da tanta vergüenza a algunos  chicos) muestras de afecto, que fueran cariñosos el uno con el otro.  No recuerdo, durante mi infancia y menos la adolescencia, ver a mis padres dándose un beso, tomados de la mano, jugando entre ellos, riéndose.
Se amaron en diferentes frecuencias, con diferentes intensidades, en distintos tiempos, con alternadas expectativas. Se amaron sin rumbo fijo, de manera políticamente correcta, adecuadamente, acorde a los tiempos que les tocó vivir. Hubo un tiempo, una fracción de tiempo en la que realmente se amaron...
Tal vez, el paso de los años consumió el afecto y la rutina fue matando poco a poco el vínculo que los unió, para dar espacio finalmente a una separación que nadie espero.
Años después, la sabiduría (y algo de culpa) de mi padre y, la amplia generosidad y capacidad de perdón de mi madre, me devolvieron una imagen añorada en donde dos personas gastadas en años, -más no en espíritu- eran capaces de sentarse a la mesa y recordar con afecto los viejos tiempos.

martes, julio 03, 2012

De máximas y sentencias II

Por cuestiones cotidianas, por trabajo, por pura reflexión ha caído en mi cerebro una frase que solemos repetir con facilidad “nadie valora lo que tiene hasta que lo pierde”. ¿Es real? ¿es sabia? ¿es correcta?
La verdad es que a mí se me presenta como una suerte de frase marketera, una frase que pretende servir de consuelo pero que no llega a buen puerto, puesto que en el fondo lo que logra es hacer sentir peor a la persona que “pierde” algo o peor aún, a alguien. Ahora, si bien es cierto que puede aplicarse pero que sea una verdad categórica… cuestionable.
Pienso que esta frase podría ir de la mano con el “carpe diem” puesto que este clásico y hasta manoseado tópico latino viene a poner de manifiesto el disfruta lo que tienes, valora lo que tienes, vive el hoy… aprovecha el día. Ya ahí tenemos un primer paso de entender el “valora lo que tienes”.
Hablamos de bienes materiales, hablamos de personas, y si es de lo último es cierto que lo positivo, lo amable, los conflictos, las tensiones, los buenos ratos, se consumen en el devenir diario, si lo pierdo… ¿pensaré que no lo he valorado? O será más sano para el alma recordar los buenos tiempos. En una mano tengo una frase que siempre repetía mi padre “no hay muerto malo” y creo que eso se puede aplicar a todo y a todos. Lloramos y nos apenamos por el vacío, más allá de lo que la ausencia puede suponer.
No valoro lo que tengo hasta que no lo tengo… me lleva a un segundo pensamiento, ¿me valoro yo? ¿tengo que perderme de mí mismo para hacerlo? ¿tengo que saber que alguien valora mi pérdida? Sería mucho más sano trabajar en mi valía cuando la puedo sentir, y sobre todo, cuando la puede sentir el otro.
Reemplazo quizás la frase: nada en esta vida es imprescindible… y no deja de ser verdad, guste o no.