jueves, noviembre 27, 2008

El autobús era un paraíso

La gente tiene innumerables formas de vivir una de la experiencias más humanas que existe: el amor. Estas experiencias vienen en todos los gustos, optimistas, pesimistas, irónicos, tórridos, frívolos, interesados, sacrificados, apasionados, maduros, grandes, mínimos, imperceptibles, etcétera, etcétera, etcétera. En publicaciones pasadas, ya le he dado a este tema que, en verdad, es inagotable.
En la literatura pasa lo mismo, hay historias de toooooooooooooooooooodo tipo, extensión, gusto y color. Ello no deja de sorprenderme y justamente es lo que quería compartir con ustedes el día de hoy.
Juan José Millás es un periodista -escritor español. Hace poco leí de él su última novela quasi autobiográfica: Un mundo. Muy humana, muy vívida. Hoy, por casualidad cayó en mis manos un pequeño relato que no puedo dejar de recomendar: tiene UN amor, una delicada ironía, un suspiro contenido y una ternura que se mezcla con la frustración y las expectativas del lector.
Hoy los dejo descansar de mí: aquí lo copio.

Él trabajó durante toda su vida en una ferretería del centro. A las ocho y media de la mañana llegaba a la parada del autobús y tomaba el primero, que no tardaba más de diez minutos. Ella trabajó también durante toda su vida en una mercería. Solía coger el autobús tres paradas después de la de él y se bajaba una antes. Debían salir a horas diferentes, pues por las tardes nunca coincidían.
Jamás se hablaron. Si había asientos libres, se sentaban de manera que cada uno pudiera ver al otro. Cuando el autobús iba lleno, se ponían en la parte de atrás, contemplando la calle y Cogían las vacaciones el mismo mes, agosto, de manera que los primeros días de septiembre se miraban con más intensidad que el resto del año. Él solía regresar más moreno que ella, que tenía la piel muy blanca y seguramente algo delicada. Ninguno de ellos llegó a saber jamás cómo era la vida del otro: si estaba casado, si tenía hijos, si era feliz.
A lo largo de todos aquellos años se fueron lanzando mensajes no verbales sobre los que se podía especular ampliamente. Ella, por ejemplo, cogió la costumbre de llevar en el bolso una novela que a veces leía o fingía leer. A él le pareció eso un síntoma de sensibilidad al que respondió comprándose todos los días el periódico. Lo llevaba abierto por las páginas de internacional, como para sugerir que era un hombre informado y preocupado por los problemas del mundo. Si alguna vez, por la razón que fuera, ella faltaba a esa cita no acordada, él perdía el interés por todo y abandonaba el periódico en un asiento del autobús sin haberlo leído.
Así, durante una temporada en que ella estuvo enferma, él adelgazó varios kilos y descuidó su aseo personal hasta que le llamaron la atención en la ferretería: alguien que trabajaba con el público tenía la obligación de afeitar-se a diario.
Cuando al fin regresó, los dos parecían unos resucitados: ella, porque había sido operada a vida o muerte de una perforación intestinal de la que no se había quejado para no faltar a la cita; él, porque había enfermado de amor y melancolía. Pero, a los pocos días de volver a verse, ambos ganaron peso y comenzaron a asearse para el otro con el cuidado de antes.
Por aquellas fechas, él ascendió a encargado de la ferretería y se compró una agenda. Entonces, se sentaba tan cerca como podía de ella, la abría, y con un bolígrafo hacía complicadas anotaciones que sugerían muchos compromisos. Además, comenzó a llevar corbata, lo que obligó a ella, que siempre había ido muy arreglada, a cuidar más los complementos de sus vestidos. En aquella época ya no eran jóvenes, pero ella comenzó a ponerse unos pendientes muy grandes y algo llamativos que a él le volvían loco de deseo. La pasión, en lugar de disminuir con los años, crecía alimentada por el silencio y la falta de datos que cada uno tenía sobre el otro.
Pasaron otoños, primaveras, inviernos. A veces llovía y el viento aplastaba las gotas de lluvia contra los cristales del autobús, difuminando el paisaje urbano. Entonces, él imaginaba que el autobús era la casa de los dos. Había hecho unas divisiones imaginarias para colocar la cocina, el dormitorio de ellos, el cuarto de baño. E imaginaba una vida feliz: ellos vivían en el autobús, que no paraba de dar vueltas alrededor de la ciudad, y la lluvia o la niebla los protegía de las miradas de los de afuera. No había navidades, ni veranos, ni semanas santas. Todo el tiempo llovía y ellos viajaban solos, eternamente, sin hablarse, sin saber nada de si mismos. Abrazados.
Así fueron haciéndose mayores, envejeciendo sin dejar de mirarse. Y cuanto más mayores eran, más se amaban; y cuanto más se amaban más dificultades tenían para acercarse el uno al otro.
Y un día a él le dijeron que tenía que jubilarse y no lo entendió, pero de todas formas le hicieron los papeles y le rogaron que no volviera por la ferretería. Durante algún tiempo, siguió tomando el autobús a la hora de siempre, hasta que llegó al punto de no poder justificar frente a su mujer esas raras salidas.
De todos modos, a los pocos meses también ella se jubiló y el autobús dejó de ser su casa.
Ambos fueron languideciéndose por separado. El murió a los tres años de jubilarse y ella murió unos meses después. Casualmente fueron enterrados en dos nichos contiguos, donde seguramente cada uno siente la cercanía del otro y sueñan que el paraíso es un autobús sin paradas.



(En: Besos y Flores)

lunes, noviembre 24, 2008

Sin tabú



Quizás este tema pueda parecer extraño dentro de la temática de mis publicaciones anteriores. Pero una conversación con algunos adolescentes me llevó a pensar en el tema.
En primer lugar, no entiendo por qué es tan difícil para la gente hablar de sexualidad. A pesar de los tiempos supuestamente modernos, nos hemos convertido en seres cada vez más miedosos a hablar con los chicos de ese tema, y por el contrario la cosa se vuelve cada vez más animal y morbosa. Las chicas se calatean más, pero saben menos.
No hay norma en el tema sexual, y la gente sigue hablando de lo que es normal o no en esa disciplina. Lo que sí debería ser una norma, es que la el ser humano debe conocerse, y reconocer con respeto "al otro" como un ser humano integral, no como un pedazo de carne que quieres llevarte (o que te lleve) a la cama.
Curiosamente en el ámbito social hombres y mujeres somos educados diferente en ese aspecto. Se diga lo que se diga.
Justamente la educación termina produciendo por un lado, seres pasivos o reprimidos o por otro, seres disfuncionales o peor aún: aquellos que son incapaces de reconocer que tienen un problema. A ello podemos agregar que la educación religiosa, moral, culposa ha logrado que muchas generaciones hayan terminado con su sexualidad frustrada y por ende, destrozada.
Hoy por hoy los padres tenemos la gran responsabilidad de educar a nuestros hijos a tener una sexualidad sana, madura e inteligente. No hay que dejarle eso al colegio o a los amigos. A veces dejar prejuicios y miedos tontos de lado puede llevar a que ayudar a los chicos -luego adultos- a ser felices también en ese aspecto esencial e inherente al ser humano.

viernes, noviembre 21, 2008

Los "chupaenergía"




No les ha pasado que han conocido (o conocen, o tienen cerca) a alguien que sienten que los agota emocionalmente… Tal vez, no lo hayan sufrido en carne propia, pero el otro día llegó a mis manos un artículo sobre los llamados “vampiros emocionales” (Berstein, Albert Vampiros emocionales); vale la pena compartir algunas de las conclusiones.
Son personas que tienen una gran necesidad de que la gente que los rodea los vea como víctimas, justifican sus actos –inclusive sus errores- sobre la base de su sufrimiento, de sus carencias, de la “falta de afecto” que tuvieron de niños, etcétera, etcétera, etcétera. Buscan obtener única y exclusivamente beneficios emocionales aprovechando la energía de los cercanos.
“Querrá que seas su confidente, su salvador y su todo; sin embargo, tarde o temprano te darás cuenta que has cargado sobre ti un peso insoportable (…) eres tan solo su alimento emocional”.
La mayoría se presenta como seres agradables, de mundo, muy inteligente, con una suerte de imán que usa para “atrapar, clavarle los colmillos” a su víctima. Curiosamente son grandes dependientes emocionales: quieren OIR que son lo máximo, que no hay nadie como ellos, que a pesar de lo vivido el destino les depara cosas más grandes que al resto de los mortales.
¿Dónde chupa la energía? Controlando esos comentarios a su favor, manipulando, haciendo sentir mal a su compañero de turno, haciendo sentir culpable a su víctima y realizando chantajes emocionales a cada rato: “pensaba que éramos amigos”, “qué efímero resultó tu interés por mí”, “no te quería molestar porque sé que no tiene tiempo para oírme” y de nuevo etcétera, etcétera, etcétera.
Una buena y sana relación es complementaria, recíproca, hay un libre intercambio de sentimientos, opiniones, entre otros elementos, Los vampiros emocionales buscan sacarle el jugo a los demás “su felicidad depende de la infelicidad y de los sacrificios del otro”.
¿Qué miedo, no? Habrá que sacar lustre al ajo y colgarnos un par del cuello.

lunes, noviembre 17, 2008

Un clasificación más...




a JC por darme permiso

La otra noche pensé –por razones muy fáciles de suponer- que sería bueno y sensato hacer una clasificación de los tipos de ronquido que puede desprender de su boca un ser humano. Me queda claro que seguramente todos roncan alguna vez en su vida y que de hecho, aquellos que convivimos en pareja hemos sido acusados de roncar más de una vez cuando nosotros reclamamos con la frase: ¡cómo roncaste anoche!
Cuando digo clasificación seguramente podrá parecer muy limitada dado que en el espectro del que hablaré me he quedado con las cuatro mejores y supongo que los lectores podrán tener hasta gamas infinitas como infinitas será sus historias. Pienso en esta pareja amiga que a pesar de no tener de casados ni un año, duermen en habitaciones separadas porque el sonido que desprende de su aparato respiratorio durante el sueño es realmente INSOPORTABLE. Ahí lo dejo.
Vamos pues a esta suerte de clasificación:
El clásico: Dícese de aquel ronquido que suena a tal, a ronquido, lo suficiente para ser reconocido por sonar casi gutural porque va de afuera hacia dentro (ingesta de aire), que cuando corresponde a una siesta cerca del televisor pasa desapercibido pero que a las 2 de la madrugada despierta en el vecino de lecho unas ganas asesinas de ahogarlo con la almohada.
El torero: Dícese de aquel que es una suerte de bufido, como el sonido que produce un toro al resoplar. Es un ronquido de adentro hacia fuera que inclusive viene con un temblor labial casi imperceptible. Aconsejo observar por unos segundos para confirmar.
El escocés: Dícese de aquel que viene con sonido de gaita. Es decir, suele soltar un soplido digamos agudo y afinado elevando la escala musical en unos cuatro grados del promedio. Suele durar un periodo corto durante el sueño.
El que no parece pero es: Una suerte de gemido, casi en calidad insinuadora pero es un tipo de ronquido al fin y al cabo. Se reconoce por el acompasamiento en su emisión y sobre todo, porque el cuerpo mantiene su posición inerte mientras se produce.
No me queda la menor duda que hay insomnios intelectualmente productivos. No obstante, creo que para la próxima me tomo un Dormonitt.

jueves, noviembre 13, 2008

...en defensa propia



Periódicamente leo con mis alumnos fragmentos de los diarios que escribió José María Arguedas antes de morir. A raíz de ello, siempre surgen en mí ciertas preguntas que no terminan de resolverse y una suerte de cuestionamiento con sabor a duda ¿ por qué los publicaron?. Puesto que la lectura introduce al lector común en la ruta suicida de un hombre atormentado que desnuda públicamente sus miedos, dudas y debilidades.
¿Un suicida es un cobarde? ¿Un suicida es un valiente? ¿Cómo son esos últimos minutos en donde la desesperación o la pérdida de toda noción de realidad te llevan a tomar una decisión como ésta?
El tormento interior que se carga, que supone tomar la decisión de no seguir adelante, de no ver NINGUNA luz al final del túnel, de no tener alguien/ algo que nos motive aunque sea un poquititito y nos dé la fuerza por más débil que sea para continuar. Esa persona no tiene NADA, y qué rejodido es tener NADA, puesto que la soledad y la desesperación sentida deben dejar una oquedad inmensa en el fondo del alma de ese ser que prefiere desaparecer.
Yo no tengo respuesta de ser valiente o cobarde; sin embargo, no puedo evitar coincidir humildemente con lo que alguna vez dijo Oscar Wilde: el que se mata lo hace en defensa propia pues esa frase no puede ser mejor para definir la salvación que supone decidir hacerlo. Quitarse la vida supone un plan, por más arrebatado que uno esté, quitarse la vida en serio (no pedir auxilio a través de varios y varios intentos) es una decisión brava: no sé cuántos días debo esperar para irme entre los vivos dice Arguedas.
Y después de todo, al final para los que quedan una pregunta sin respuesta estará dando vueltas para toda la vida: ¿por qué?

domingo, noviembre 09, 2008

... es casi una experiencia religiosa



Si entendemos que la religión es una disciplina que se basa en fe, fidelidad, confianza, devoción, entre otros elementos puede entenderse que cuidar la figura puede verse así. Podríamos hablar del dietario/a al igual que el cristiano, el islámico, judío, evangelista, entre muchos otros.
Ésta, como otras creencias, tiene su propio reglamento, sus propios mandamientos y tomando como punto de partida los que yo aprendí en mi educación religiosa paso a enumerar las diez principales, como los diez mandamientos de las Tablas de Moisés.

El decálogo del dietario
1. Amarás el agua por sobre todas las cosas. –Basta ver cuanta gente anda de un lugar a otro con su botellita, hace unos diez años eso era inconcebible-.
2. No tomarás el nombre de tu nutricionista o médico o hierbero o lo que tengas por ahí en vano. Recomiéndalo, no seas egoísta. –Es tu gurú, tu salvador, tu maestro y guía-.
3. Santificarás tus fiestas: puedes darte un gusto, ¿no?
4. Honrarás las frutas y vegetales: son el pilar del peso deseado.
5. NO comerás a deshoras.
6. NO cometerás el acto impuro de empujarte un snicker (o similar) a mitad de semana.
7. NO le sacarás la vuelta a la dieta: donde dice tres granos de arroz DICE tres granos de arroz.
8. NO robarás kilos a lo que la balanza te dice… no te engañes.
9. NO mentirás: ¡te juro que NO he roto la dieta para nada! -qué frase para conocida...-
10. NO codiciarás el peso -cuerpo- ajeno; cada uno alcanza el peso que se merece.

Mano en el corazón: ¿cuánto de lo anterior forma parte de tu credo, al menos de lunes a viernes?

miércoles, noviembre 05, 2008

Cuando la muerte es solo una metáfora de una condena


De la literatura universal, tengo en la cabeza hace mucho tiempo la imagen de dos heroínas, dos mujeres del siglo XIX satanizadas –como las hay tantas en la historia- por haber tomado una decisión moralmente equivocada. Digo moralmente, porque es imperativo hacer una aclaración sobre la orilla desde donde las estemos observando.
Emma (Bovary) y Anna (Karenina) fueron personajes que desde que leí sus historias me llamaron la atención. La primera, por ilusa; la segunda, por sacrificada. Ambas por arriesgadas, me daban miedo: no en balde, las había conocido cuando tenía 15 años, e inclusive había ciertas cosas de sus vidas que no había logrado entender.
Después, en mi caminar literario y en mi caminar por la vida, fui descubriendo que del siglo XIX a nuestros días, ni la literatura ni la vida han cambiado mucho con respecto a este tema tabú: la infidelidad femenina. Todo podría reducirse a la siguiente frase: todo hombre que saca la vuelta es un vivo, toda mujer que saca la vuelta es una puta. No hay nada más que decir. Lo siento, lectores, pero es así. Que lo digan mis alumnos que cada vez que un grupo nuevo lee El túnel, la primera reacción que todos tiene sobre María (Iribarne) es que es justamente una puta, usando las mismas palabras de su propio amante: el protagonista, Juan Pablo Castel.
¿No puede una mujer sentirse atraída por otro hombre a pesar de estar correctamente casada? ¿No puede Emma soñar con otra vida, más allá de la que Charles podía darle, una vida llena de emociones, exabruptos y fantasías hechas medianamente realidad? ¿No tiene derecho Anna de tratar de ser feliz al lado de Alex Vrosky, o creer serlo en algún momento? ¿No podía María sentirse deseada por Castel a pesar de las obsesiones de éste y la ceguera de su marido?
Pues parece que la sociedad, y los propios escritores no las dejaron disfrutarlo. Si hubiera sido de esa manera, nuestras heroínas y sus novelas hubieran tenido un final feliz, y en ninguno de estos tres casos fue así. Las tres acaban muertas. Si observamos con mayor detenimiento el caso de Emma y Anna son peores, puesto que terminan muertas por su propia mano: por su culpa, por su culpa, por su gran culpa. Son unas traidoras a su propia esencia -esposas y madres- y por lo visto, una mujer que traiciona su propia esencia no merece vivir. Ergo, tiene que morir: NO HAY OTRA OPCION.
Vuelvo a insistir en que no quiero ver esto desde un punto de vista moral, quiero verlo desde un punto de vista humano, nada más. Ellos sí, ellas no. ¡Tráiganme la cabeza de un protagonista que se suicide por ser infiel! Tan simple como eso.
En la vida real, es la sociedad la que mata a nuestras heroínas, ellas no merecen ser madres, ellas no merecen el respeto, ellas son las malditas, las pecadoras, las traidoras. Son condenadas al ostracismo social, a ser objeto de la eterna murmuración, a la burla, a la soledad... por equivocarse, por amar, por sabe Dios qué...
Habrá casos en los que ellas se detengan, piensen en lo vivido y decidan volver –como lo hacen en algún momento ambas protagonistas- y tengan que renunciar a ese amor furtivo, a ese sueño, a esa fantasía, a ese espejismo y borren de su memoria para siempre lo que disfrutaron, olviden a aquellas que fueron por una temporada. Decidirán pues finiquitar esa parte de su vida: matarla como lo hicieron Madame Bovary y Anna Karenina.
Tema polémico, ¿no?

sábado, noviembre 01, 2008

El Halloween y yo



Detesto las fiestas, celebraciones marketeras... las alucino!!!! Halloween es una de las que más me joden junto con San Valentín (ver post en febrero). Me parece tan patético que los niños salgan a la calle y que la mendicidad termine "democratizándose" una vez al año con una fiesta importada, alienada y ridícula (verán que estoy furibunda). Mi hermana me contaba que en los Estados Unidos es la fecha en la que más se gasta después de la Navidad.
Ayer, inclusive escuchaba a una individua que anima un programa radial que qué lindo esta fiesta, qué ternura ver a los niños disfrazados, ilusionados con salir a pedir caramelos, a nadie le hace menos rico comprar una bolsa de caramelos y repartir cuando suena el timbre de nuestro hogar...
¡¡¡What!!! A ver... qué me pasaba a mí por la cabeza en ese momento... critters, ordas de pigmeos, bandas de enanos salidos de cuentos caminando por la calle, hombres araña, power rangers, hartas princesas, en talla reducida tocando el timbre de mi casa insistentemente entre las tres de la tarde y las siete de la noche gritando: ¡¡¡JÁLOGÜIN!!!! Herodes, ven a mi rescate POR FAVOR.
Este año me iluminé y puse un cartel sobre mi timbre que decía: Por favor, no molestar: persona delicada de los nervios, o sea: YO. ¡Resultó! Felizmente que esos engendritos andan con un adulto que sabe leer y tiene -medianamente- dos dedos de frente. Claro que yo hubiera agregado su vida corre peligro pero no me pareció pertinente. El timbre trabajó considerablemente menos.
Lo bizarro es que los peruanos celebramos en la misma fecha el Día de la Canción Criolla, cosa que me parece genial, pero mientras escuchan : Jazmines en el pelo y rosas en la cara... la escena se completa con una pareja formada por una calavera y una vaquera sexy... ¿cómo haríamos?