martes, febrero 22, 2011

Elogio a la locura


Queda claro que cuando nos cortamos el pelo, adquirimos algún objeto o prenda de vestir, o lo que fuese la idea que toda mujer tiene detrás de ello es que se le vea mejor. Algo que le asiente, que la destaque, que le realce alguna virtud o que, en todo caso le esconda algún defectillo.

Por nuestra forma de ser -más allá de la histeria en la que sabemos estamos estigmatizadas- busca por alguna razón patológica, de género, antropológica o lo que fuese: buscamos ser queridas, aceptadas, hacer las de "madre de todos los seres", psicólogas de todos los seres, todólogas de todos los seres...Practicidad: cero.

No obstante, hay una estructura mental que las féminas tienen que educar porque en el inconsciente está tan enraizado que tiene que volverse un ejercicio racional, repetitivo y que luego se convierta en un hábito. Cuando alguien las alaba o celebra algo de su apariencia, en un acto automático e inmediato las palabras que salen de la boca de la mujer en cuestión son para minimizar el alago: nada, si estoy igualita...; no me costó nada, lo compré en el mercado XYZ; pero lo tengo hace tiempo, es reviejo; etcétera, etcétera. ¿Conocido, no?
En lo particular, y gracias al gran consejo de mi amiga Meg he comprendido y racionalizado que cuando recibo un alabanza lo correcto, sano y correspondiente debe ser decir: gracias y PUNTO. Mi amiga Ceci A. agregaría con su iluminada sonrisa algo más que me parece genial cuando la ocasión lo amerita: gracias, lindo ¿no? Detalle que sirve, además, para interiorizar con estas palabras la importancia de reafirmar que socialmente hay una anuencia en lo que hemos hecho. Siendo sinceras, es lo que buscamos. La que diga que no, pues no está siendo honesta consigo misma... así de simple.
Por ello, regla de oro: no volver a minimizar, ni menospreciarnos en términos generales. Si tenemos algo bueno y recibimos un aplauso por ello, pues bienvenido y agradecido sea. Si nos sentimos lo máximo y nadie nos dice nada, que baste nuestro propio sentido de "querernos más" y sigamos adelante.

martes, febrero 15, 2011

Un texto para compartir (de Vida en el aula)


De nuevo los invito a disfrutar de un texto que cayó en mis manos. Un texto que compartiré en lo pronto con mis alumnos, porque de alguna manera refleja la relación íntima entre vida y literatura. Relación placentera que trato de inculcar desde mi orilla. Agradezco el aporte de mi ex alumno y hoy gran amigo, Francisco Peirano.


La puntuación, la sintaxis y el amor
Por Leila Macor (de su libro Nosotros, los impostores).

Siempre que pongo un punto y coma sonrío. Me acuerdo de un amigo de mi hermano, a quien yo amaba como loca en mi adolescencia, que dijo una vez que un verdadero escritor se reconoce porque sabe usar el punto y coma. Por supuesto comencé a usar frenéticamente el punto y coma, aunque él nunca se dio cuenta de mi pericia puntuadora. Luego, en el colegio, escribía parodias de los poemas que estudiábamos en la clase de Literatura y las pegaba en la cartelera del salón, sólo para ver reír al chico del fondo que me gustaba y que no me hacía el menor caso, excepto cuando leía aquellas burlas gracias a las cuales yo existía un poquito para él.
Me enamoré después de un hippie. En consecuencia, un ejército de gnomos, hadas y plagiados cronopios tomó por asalto mis cuadernos, que por fortuna hice desaparecer de la faz de la Tierra. Mi primer novio leía a Nietzsche: en aquel tiempo escribí herméticamente versos oscuros sobre simbólicas tarántulas que hoy día no consigo entender (y creo que en aquel momento tampoco).

El siguiente fue un poeta para quien el punto y coma era tan feo e inelegante como una factura de la luz, los dos puntos un recurso vulgar destinado a un recetario de cocina y los paréntesis una trampa que esconde la incapacidad expresiva del escritor. Así que punto y coma, dos puntos y paréntesis quedaron proscritos de mi escritura durante un par de años. Sólo después de mucho esfuerzo los logré reincorporar.

Algunos de los hombres que me gustaron no eran lectores y simplifiqué mis textos; otros eran intelectuales y entonces los academicé, llenándolos de citas de Heidegger y Schopenhauer que tomaba prestadas de mi agenda. Una vez me enamoré de uno que amaba las oraciones cortas y las sentencias desadjetivadas; poco después me enamoré de otro que prefería el barroquismo y las descripciones delirantes: salté de Carver a Carpentier como quien cruza la calle. Después tuve un novio fanático de Rimbaud y de Baudelaire y yo me puse por tanto agresiva y negativa.

Luego vino un chico que odiaba el «sándwich literario», que es cuando se coloca un sustantivo entre dos adjetivos (por ejemplo, la «enigmática casa antigua»). Ergo, me volví implacable con los adjetivos, cacé sándwiches y acabé con todos ellos. El siguiente se la tenía jurada a los adverbios. Decía que son un bastón para apoyar a un verbo que no tiene suficiente fuerza. Saqué adverbios y usé sólo verbos autoválidos. Y otro abogaba por la eliminación de la palabra «como». La luna es un queso, no como un queso. El «como» ensucia la metáfora, decía, porque la transforma en una anodina comparación. Busqué entonces todos los «como» de mis archivos con Find and Replace y los borré de un manotón en el teclado.
Luego mi ex esposo se reveló como un gran admirador de Kundera y elogió las metáforas que «caen como un rayo iluminador sobre una escena». Intenté por ende, y durante años, imitar el rayo iluminador de Kundera. Pero ninguno de ellos se enteró jamás, lógicamente, de todo esto que se cocía entre la palabra y yo.

Desde que puedo recordar, la escritura ha sido mi forma más inadvertida, menos eficaz y peor orientada de coquetear.

martes, febrero 08, 2011

Vamos, ¿(h)As(c)ia dónde?



Hace semanas, y quizás hace un par de años que escribir este post me da vueltas en la cabeza, puesto que siempre existe el riesgo de pasar por envidiosa, criticona, irracional, y algún otro adjetivo que algún lector tenga en su "menú" lingüístico. Sin embargo, me siento con cierta autoridad pedagógica debido a mi larga experiencia en este campo para plantear una reflexión inteligente, constructiva y de hecho polémica.


"Asia" o "Eisha" como quieran llamarlo, para unos el paraíso veraniego, para otros la Arcadia (averigüen si no saben), Cocoon para un porcentaje tal vez pequeño, algún ritual de inicio para varios niños/adolescentes, Sodoma y Gomorra para otros...


¿Qué es Asia? ¿Qué representa en la vida de una generación que es educada en unos límites que se relajan enormemente dos buenos meses del año?


Basta con analizar ciertas aspectos que deben suceder (suceden). Y dejemos los puritarismos de lado, simplemente reflexionemos, solamente focalizando en una enorme población que va entre los 13 y los 17 años y obviamente: generalizo porque pasa con la mayoría: abramos los ojos...


1. Chupan como la mona. Se inician, se embomban, vomitan, siguen chupando, se cagan de la risa, siguen chupando. Exponen en el Facebook sus comentarios, sus juergas, y todas las consecuencias que trae consigo la ingesta del trago.


2. No existe ninguna regulación real, ni respecto a la ley, ni supervisión de la venta de licor a menores de edad.


3. Consiguen hasta por 35 soles DNI falsos que les permite entrar a las discotecas para mayores de edad.


4. Les dicen a los padres que están en la Playa X, cuando están en la Playa Y y el nextel es quien les resuelve todo a los adultos... es una suerte de Babysitter "confiable", porque claro... si el padre/madre joroba mucho, el párvulo puede decirle luego: es que me quedé sin señal, no me olvidé de cargarlo, no entraba la alerta...


5. Ejemplo concreto -lean entre líneas- dos treceañeras, llegan al Boulevard en slaps, pareo, bolsón gigante, dicen en el celular: Sí mami, vamos a estar en la casa de Mariquita en un parrillada con sus papis, ahí nos quedamos a dormir, no te preocupes, cualquier cosa yo te llamo, beeeeeeeeeeeeeeesito.... Acto seguido: se sientan en unas mesitas exteriores que hay en el grifo, sacan bolsita con maquillaje al puro look de Amy Whitehouse, se limpian las plantas de los pies con "babywhipes" y se suben a unas gladiadoras dignas de la Chola Chabuca, y el pareo que las envolvía cambia a la faldita de Tilsa Lozano (que ya uno no sabe si es faldita o cinturón ancho). Estas treceañeras, están listas para la cacería... disculpen la crudeza.


6. Me comentaba una personita muy confiable, que cada vez el promedio de edad va bajando. Antes la movida empezaba a los quince, ahora los límites se han aflojado... a los doce se ven a chicos (varones) dando vueltas a horas inadecuadas en el Boulevard. De más decirles haciendo qué, el trago a pedir de boca.


7. Todos viven ese tipo de adolescencia por ocho semanas. Ojo que los de 50s también están al mismo nivel, hay una suerte de paridad cronológica en donde cambia el local pero el modus vivendi casi es el mismo. Luego creyendo what happened in Eisha, stays in Eisha la vida continua... pero tooooooooooooooooooooooooooooooooodo Lima ya está enterado de lo que pasa.
Saquen sus conclusiones: dos meses de relajo pueden significar huellas marcadas para siempre.... Alguien ha pensado en ¿cuántos casos de abusos sexuales ocurren que -obviamente- no son denunciados....?

martes, febrero 01, 2011

Esa antigua maravilla...



En varias ocasiones me he encontrado con entrevistas, biografías o testimonios de diferentes autores en los cuales se trasmite "el terror a la página en blanco". Yo supongo que especialmente si consideramos que escribir es una suerte de catarsis, de exorcismo... la angustia debe ser enorme... pero también se pueden dar momentos en los cuales no se tenga qué decir, o lo decible se tenga atracado como un mal trago.


Me encontré con este poema de Pedro Salinas, gran poeta español de la Generación del '27 que me hizo pensar un poco en esta sensación de los escritores a la hora de posar sus dedos sobre el teclado -otrora, de una máquina de escribir-. A los lectores más jóvenes, les indicaré que la Underwood era una marca famosa de máquinas antiguas que usaban teclas blancas y cuyo esfuerzo era, obviamente diferente al tecleado de ahora: era mecánica. Hoy, una pieza de museo.




UNDERWOOD GIRLS

Quietas, dormidas están,
las treinta, redondas, blancas.
Entre todas
sostienen el mundo.
Míralas, aquí en su sueño,
como nubes,
redondas, blancas, y dentro
destinos de trueno y rayo,
destinos de lluvia lenta,
de nieve, de viento, signos.
Despiértalas,
con contactos saltarines
de dedos rápidos, leves,
como a músicas antiguas.
Ellas suenan otra música:
fantasías de metal
valses duros, al dictado.
Que se alcen desde siglos
todas iguales, distintas
como las olas del mar
y una gran alma secreta.
Que se crean que es la carta,
la fórmula, como siempre.
Tú alócate
bien los dedos, y las
raptas y las lanzas,
a las treinta, eternas ninfas
contra el gran mundo vacío,
blanco a blanco.
Por fin a la hazaña pura,
sin palabras, sin sentido,
ese, zeta, jota, i...