martes, octubre 07, 2014

Masoquismo musical o consuelo para el alma

La música suele estar en nuestras vidas desde siempre. Las canciones de cuna (si aún hay mamis que las canten), las de las infancia: “Los pollitos dicen”, “Arroz con leche, vamos escogiendo lo que más nos identifica, con lo que nos sentimos bien, con aquella combinación de tonos que nos produce experiencias agradables, definidas. Así, la música nos va a acompañando a lo largo de los momentos importantes. Se fija en nuestra memoria y regresa cada vez que la convocamos.

Pero hay algo que siempre me va a llamar la atención, solemos escoger determinadas canciones para los estados de ánimo, y claro, puede sonar lógico puesto que buscamos una simbiosis afectiva con nuestro entorno, un vínculo que refleja cómo nos sentimos en un momento determinado. Hay música para lo alegre, otra para lo desalentador, otra para la pena, otra para el amor.

No obstante, detengo mi mirada cuando estamos pasando por un momento difícil, nos refugiamos en canciones que nos recuerdan una y otra vez nuestra condición humana. No puedo olvidar que cuando una amiga muy cercana se separó, no dejaba de escuchar: “Me cuesta tanto olvidarte” cantada por Ana Torroja (bella versión, por cierto), o cuando una adolescente me decía que no podía olvidar al enamorado, escuchaba una y otra vez la canción en la que la preciosa voz de Cristina Aguilera decía: “pero me acuerdo de ti…”

Somos unos masoquista al escoger la música ad hoc, que nos acompañe en el sufrimiento. Una voz que cante nuestra angustia, que sienta como nosotros. Eso es la música, es el reflejo real de quiénes somos, de las emociones que nos rodean, del ambiente y escenario vivido.


No me imagino, en lo inmediato, a alguien que esté de duelo (real) tarareando “Happiness” de Farrell. Salvo que tenga unos “oscuros y profundos motivos”. Aunque les confieso, que a pesar de lo pegajosa y común que se ha vuelto esa canción, debería servir para salir del hoyo de en el que a veces nos sumimos con un coro que nos canta alrededor. Es como decidir en no comer nada porque estás triste... y morir en vida: o comerte un rico dulce para acariciar tu alma. 

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