
Para mí, los 31 de diciembre desde hace cuatro años me generan sentimientos encontrados: recuerdo el día que mi mamá se fue físicamente, y a la vez me llena el entusiasmo de empezar la agenda nueva, las vacaciones, los proyectos que voy preparando. Juntando ambos puntos pienso en mi madre y su búsqueda de los calzones amarillos, en la compra de ruda, en las doce uvas, en la luz de Bengala y todo, efectivamente, ese entusiasmo que ponía especialmente en despedir el Año (ese recuerdo lo tengo más marcado que su celebración navideña… del que casi no tengo).
No sé si empezar un año nuevo necesita tanta cábala, persignarse, o hacer una lista de buenos propósitos. Creo que sería más útil tomar aire y asumir que hay que seguir capeando los temporales que simplemente nos llegan. Algunos más movidos que otros. El calendario no los cambia, suele engañar a nuestros cerebros y corazones, quienes ilusamente pensamos en que esos buenos propósitos se harán realidad en pleno a finales del año… Bien por lo que los logran.