martes, abril 30, 2013

La verdad duele

Para hablar con un amigo hay que tener valor. Lo digo, porque seguramente a cualquiera de nosotros alguien nos ha pedido que si nos enteráramos que sus hijos tuvieran un comportamiento inadecuado no dudáramos en decírselo. ¡Prométemelo! Y nosotros ingenuos juramos por todos los Santos que lo haremos.
¿Cómo cumplir tremendo encargo? ¿Cómo mirar a los ojos a tu amigo y decirle que su hijo toma más de la cuenta? ¿Qué su hija es demasiado coqueta e inclusive agresiva? ¿Cómo decirle que su “bebé” no corresponde para nada la imagen de bondad, buenos modales y solidaridad que predican sus padres?
Tremenda complicación, menuda tarea. El riesgo de perder un amigo por este tema es altísimo, puesto que como padres el tener el valor de aceptar una verdad categórica –partiendo de que no sea solo un rumor- es doloroso. Para el amigo que tiene la información, es tener entre manos una papa caliente, una granada a la que ya se le soltó el seguro.
¿Guardar silencio y observar a la distancia? ¿Dónde quedó la promesa que un día hicimos? ¿Dónde quedó el valor de esa amistad en cuyo nombre se formuló tremendo pacto? ¿Dejar a esta madre o padre ciego, ajeno a la verdad para que luego recoja los pedazos de los errores cometido?
 
 
No lo sé… me ha ocurrido. Solo comparto con ustedes que perdí una amiga.

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