Nuestra memoria suele
ser traicionera, tendemos a recordar las vivencias de manera contradictoria. La
pasión, el odio, el amor echan sus pinceladas a las escenas de nuestro pasado con
un tinte de menosprecio o sobrestimación.
Ya he comentado en
reflexiones anteriores que, por ejemplo, cuando recuerdo “El gran Chaparral”
idealizo a los Cartwrigth… pero cuando lo veo hoy zappeando en algún canal es
un refrito cualquier y hasta me parece ridículo… ¡Memoria infiel y altanera!.
Me ha pasado lo mismo
con el Quáker. Sí, efectivamente la avena, que para efectos de mi generación es
Quáker y no avena… (como frigidaire y no, refrigeradora).
Si alguien me preguntara
si me gusta el quáker diría: ajjjj! Puesto que esta preparación de leche y avena
con cara de engrudo/papel marché… me mata. La imagen es realmente apocalíptica
y “malaspectosa”. Me transporta a la infancia en donde frente un plato hondo
podía alargar el tiempo del desayuno mientras este se enfriaba… y yo, pequeña,
más pequeña que nunca tenía que acabar cuchara por cuchara todo lo que me habían
servido.
Pero la vida tiene
unos giros tramposos….
El otro día mi hijo me
había pedido que por favor le preparara Avena. Obviamente, ante tremendo pedido
humilde que además, implicaba que se alimentara sanamente cedía los deseos sabiendo que me iba a enfrentar a
un quasi trauma infantil. Bolsa de Avena con logo incambiable a través de los
años: hombrecito pelucón con sombrero. Armada
con una olla, cuchara de palo, leche,
azúcar y algo de canela, empecé a mirar mi pasado.
Momento determinante
cuando la mezcla estaba tomando punto: el olor empezaba a hacer de las suyas y
venía la prueba, probar el gusto y el punto.
EN TIEMPO PRESENTE: el
sabor de la avena me traslada inmediatamente a la antigua cocina de la que
fuera mi casa por más de cuarenta años. Losetas lacres como ladrillos, mesa
redonda de comedor de diario. Frente a mí el
plato hondo de porcelana rosada (J&G
Meakin del juego de vajilla que le regalaron a mi madre cuando se casó, iniciados
los 50`s) que está repleto de esta mezcla recién preparada por mi recordada
Teresa Huanjares quien alimentó mi infancia. Al lado de ese plato enorme, una
taza llena de leche y además, dos panes franceses con mantequilla: placer…
¡Un ratito! ¿Qué pasó
con el trauma infantil? ¿Qué ocurrió con mi traicionera memoria? ¿realizó una
de sus travesuras poniéndome la trampa de un mal recuerdo invertido en donde el
quáker me llevaba a una infancia idílica, golosa, calurosa de cariño y
despreocupada..?
Así es y seguramente,
esa sensación la repetiré una y otra vez cuando Alejandro me pida que le
prepare Avena para estar bien alimentado.
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