Hoy de no debería estar aquí… me dijo ayer un/a amigo/a,
mientras nos saludábamos. Solo me quedó poner cara de pregunta… ¿qué pasó?
Lejos de Lima había muerto uno de las personas que más
quería. Una persona que había acompañado su infancia, sus logros, su
crecimiento, sus alegrías, sus desazones y errores. Quizás no importe, para
efectos de esta reflexión, quién era. Sin embargo, destaco que era fundamental
en la vida de alguien, de “alguienes”.
La muerte se ríe de nosotros cada día, concluimos. Porque un
día como ayer, ellos deberían estar juntos festejando un cumpleaños especial,
un día como ayer el dolorido corazón de quien me hablaba había explotado de
frustración al no poder estar cerca para dar el último adiós.
Mi amigo/a se había levantado esa mañana con ganas de
quedarse rumiando la pena en la cama, pero sabía que iba a ser inútil,
totalmente inútil. Se dio cuenta entonces, sabiamente, que debía ir a trabajar
como todos los días y en silencio, a la distancia, comerse el dolor y dar la
cara a la vida. Pensó que estar rodeado/a de energía ajena le fuera a dar algo
de distracción… cosa que sí estaba funcionando. “Pensé en llamar y no ir al
trabajo, pero me pregunté qué iba a hacer además de darle vuelta a esta mierda
de tristeza que me toca vivir hoy. El estar con gente me ha distraído un poco,
el que casualmente estemos ahora hablando y seas la persona que me esté
escuchando me hace sentir bien…” y siguió contándome todos los pormenores y mensajes
irónicos que la aguda e satírica muerte había planeado antes de llevarse a ese
ser querido. “Es que espérate, porque mientras te siga contando te dará para
escribir un libro…” Y yo, iba sorprendiéndome más y más de las terribles
coincidencias, de la pena traída con gotero, del reloj de arena que iba a
término donde cada grano había traído una pincelada de fugaz alegría.
“Hace un mes nos estábamos riendo en la playa… hoy ya no está…
y yo aquí”
Habló calmadamente, sin interrupciones durante casi cincuenta minutos, habló,
puteó discretamente, habló, no lloró porque la sonrisa siempre ha primado en su
cara, no lloró porque no ameritaba, solo habló, habló, exorcizó la pena –en parte-
pues era lo que necesita en ese momento. No más…sin consejos, sin consuelo,
pero con el interés que un amigo/a debe tener en momentos como eso.
Escuchamos y
sin saber, curamos.
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