¿Cuándo te das cuenta de que eres invasiva? especialmente si la gente a la que invades no quiere hacerte daño y decirte que le incomodas, que a veces, prefiere su soledad a tu presencia y eso es ajeno a que te quieran o no. Simplemente hay momentos en la vida, en el andar humano, en la evolución natural en que las madres nos volvemos invasivas en el mundo de los hijos y NO nos damos cuenta.
En primer lugar hay que partir de la premisa de la edad en la que están los hijos. Hay que tomar en cuenta cómo es la relación con cada uno de ellos, en el caso de que sean más de uno, hay que sopesar la personalidad y evolución de las personalidades y hay que analizarse uno mismo para saber qué estamos buscando cuando estamos MUY PRESENTES en los terrenos filiales.
La barrera se levanta la primera vez durante algún periodo de la infancia. Cuando la madre quiere jugar y la criatura te sale con una frase como: “mami, váyate!“ y luego “ay mami, tú no sabes..!”. Ahí se siente esa puñalada en el corazón, sin calcular que es la primera de muchas que están por venir. Pero hay que acostumbrarse porque es una ley de la vida. Lo doloroso es cuando no se es lo suficientemente objetivo para aceptar.
Las madres somos especialmente invasivas, comparadas con los padres que funcionan como una suerte de policías en interrogatorios concretos. Las madres son como la nave nodriza, siempre encima. No obstante, trato de pensar de dónde parte este comportamiento y creo que lo que puede ocurrir es lo siguiente. Si durante NUEVE meses se ha tenido dentro a esta criatura, legalmente se puede asumir una suerte de “prescripción adquisitiva” –dícese de el vínculo de propiedad que se establece por poseer un bien durante un tiempo determinado según estipule la ley-; por ello, para muchas madres, la ley de la Naturaleza estipula que el crío fue suyo durante nueve meses y por lo tanto “su vida, le pertenece siempre, para siempre”!!!!! Craso error, porque la vida no rige por ese tipo de leyes. Por el contrario, aquí salta otra: a mayor invasión… mayor alejamiento del crío: mayor bronca, mayor sufrimiento.
Caminar en el terreno de los hijos, que no son una propiedad, es caminar en un terreno minado sobre todo durante y después de la adolescencia, cuando dejan de ser nuestros y pasan a ser propiedad de la vida, como diría Gibran. Aunque queramos seguir con la posesión, no hay vuelta atrás y justamente habrá que encontrar la sabia estrategia para que ellos necesiten de su madre, recurran a su madre, consulten a su madre y porqué no, extrañen a su madre. No obstante, esa estrategia es complicada, casi una cuestión de alquimia.
De hecho la invasión en terreno del hijo es diferente a la invasión en el terreno de la hija. Pero también es cierto que no hay regla que se cumpla a cabalidad cuando de relaciones humanas se trata. Generalmente, el hombre por naturaleza termina alejándose del útero materno, puesto que –especialmente- habrá otra mujer que ocupe un lugar más importante en su vida, o porque quiera especialmente demostrarle a su madre que puede vivir sin ella. En ambos casos, la progenitora en cuestión siente la postura de su hijo como una suerte de traición a la patria (madre patria) cuando él escoge entre una mujer y la otra –lo cual, desde luego, es totalmente patológico-.
La hija, en cambio, desea desligarse de su madre porque “no quiere ser como ella” y justamente se espanta de sí misma cuando repite comportamientos similares. No obstante, si se vuelve madre lo más probable es que se refuerce una saludable relación de ayuda, consejo y protección.
Hay miles de casos, como miles de personas que existen en la Tierra, yo solo reflexiono sobre esto a raíz de una conversación que tuve hace poco con dos “hijos de sus madres” que resultó siendo muy ilustrativa, pedagógica e interesante.
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