El otro día escuché un comentario dedicado al "paciente silente". Es decir, aquel que acompaña al enfermo y está sobre por él, con él y para él... Son varios los que sin darse cuenta han caído en una suerte de remolino que arrastra consigo varios aspectos de sus vidas. Esto mientras se ocupan del otro. Es obvio, no hay tiempo para dedicarse a uno mismo: ni siquiera provoca. Uno se aboca por entero, en cuerpo y más en alma a darle todo el apoyo que pueda a quien cuidar.
No obstante, la tensión y el sufrimiento que uno esconde por creer que se puede con todo, oculta toda una cadena de síntomas que pueden afectar tanto física como emocionalmente al acompañante en cuestión. Ojo, no estamos hablando del asistente capacitado. Hablamos de un amigo, un hijo, un hermano, un padre de familia... que le toca vivir el deterioro de la persona que ama y se ve obligado a callar... a guardarse la angustia, el miedo, la tristeza, la frustración de poder hacer más.
Efectivamente, lo guarda y dentro del cuerpo empieza a tomar forma o a tener caras distintas. Migrañas, contracturas, depresiones, insomnio, soriasis, intolerancia con otros -no con el enfermo-, gastritis, languidez, y seguramente mi lista puede continuar y empeorar.
Lo que diré a continuación es duro, pero he confirmado varias veces que resulta cierto. En algunos casos, cuando el enfermo se libera del mal: ya sea porque logra curarse o ya sea porque su cuerpo decide tomar el descanso eterno, es el silente el que también empieza a descansar en paz. Una paz liberadora: ahí debe dar inicio a su propia cura.
2 comentarios:
Sabemos de que estás hablando o no?
Sabemos de que estás hablando o no?
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