lunes, noviembre 14, 2011

Pasión en la vida




Sería bueno conocer las estadísticas de cuántas personas sienten pasión por lo que hacen, o por quienes los rodean, pasión por una mascota, o por algún pasatiempo, pasión por leer, pasión por nadar, pasión el chocolate, pasión, pasión, pasión.


El término pasión, creo yo, lo entendemos más como una suerte de alteramiento, de afecto desbocado, pero a la vez se acerca a una definición de compromiso, de involucramiento con el objeto (lo digo de manera neutral) en cuestión. El DRAE (Diccionario de la Real Academia) nos entrega una de estas acepciones: Inclinación o preferencia muy vivas de alguien a otra persona. Estaba cerca, respiro tranquila.


Pensaba el otro día, que muchas personas toman la libre decisión de divorciarse cuando la pasión se les acaba, de un consentimiento, o de mutuo disenso poner término a esa relación y cada uno por su lado. Las razones que hay detrás de ello no serán tema de este post; sin embargo, me puedo quedan pensando en que si empiezan a tener conflictos internos en sus dinámicas –más si hay hijos incluidos- alguno de ellos buscando su bien, o el grupal, toma la decisión. Por ello, “hasta que la muerte los separe” creo que podría cambiarse “hasta que el desapasionamiento los separe”.


Con algunos trabajos pasa lo mismo. Hablo del que conozco y en el que ya tengo cerca de treinta años involucrada (empecé a los diecinueve, por si acaso!). Pero creo que cuando la pasión se acaba no hay que esperar la edad para irse, ni tampoco la edad que manda la ley para retirarse. No voy a entrar en tema que tienen que ver con recibir un sueldo fijo de nada ellos. Como en el matrimonio que termina, también hay un costo económico en ello.



Mi visión es práctica. Cuando un profesor no está motivado, apasionado, involucrado con lo que hace y solo es una suerte de trabajador que repite mecánicamente lo que manda el silabo, lo que le toca dictar, y repite al pie de la letra el libro de texto (o su similar) el primero que se da cuenta es SU alumno. No hay que subestimarlo jamás, puesto que es una esponjita a todo aquello que lo rodea, y está atento al que puede presentarse como aquel individuo que está en medio del salón del clase para convencerlo de que haga lo que él odia: estudiar. Pasa ocho horas al día viendo a unos seis salones en promedio que se vuelven su “eje de atención”; eje al que ignora o sigue. Eso depende del eje.

Me queda claro, yo lo viví con muchos profesores cuando era escolar, que cuando el profesor no le gusta lo que hace, y ojo que no tiene NADA que ver con la edad especialmente si uno trabaja con adolescentes y adultos, empieza a rodar por una especie de escalera de caracol que pareciera no tiene final (salvo que sea el despido). No obstante, en su caída, no se da cuenta que no tiene de dónde agarrarse y se arrastra con los brazos abiertos como dos hélices desbocadas que arrasa con todo lo que tiene a su paso: lo primero, los alumnos; lo segundo, sus compañeros de trabajo; lo tercero, sus responsabilidades y así sucesivamente. En pocas palabras, se vuelve infeliz. Como los matrimonios que pierden la pasión…


Tengo un maravilloso ejemplo del padre de una amiga mía, que cerca a sus ochenta años seguía viajando en colectivo una vez al mes desde Lima hasta un distrito en el departamento de Junín a dar sus clases magistrales. Leía, investigaba, preparaba su dictado y no dejaba de aprender. Solo la muerte le pudo ganar traicioneramente a la jubilación en la que él ni siquiera pensaba ¡Eso es pasión!

Si no soñamos con ello, hay que saber retirarse a tiempo por respeto a nuestros alumnos, ellos merecen más.

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