Si tomamos en cuenta la publicación anterior, viene al caso contarles que ello me llevó a revisar un lindo libro que me compré hace muchos años atrás: El diente del Parnaso –recopilación de Antonio Cisneros-. Es un texto que recoge el testimonio de sesenta y seis peruanos destacados; en él, cada uno de ellos reflexiona sobre el arte del buen comer. Entre líneas uno termina siendo testigo de sus sentires, emociones, y preferencias en lo que se refiere a este placer que la vida nos da y cómo este trae a la mente otros aspectos de la vida.
Hace muchos años atrás tal vez ya sumen diez, les pasé a mis alumnos un texto que extraje de ese libro. Luego de la lectura, los invité a que cada uno escribiera lo que se les venía a la cabeza sobre el plato que resultaba siendo más importante para ellos (podían partir del sabor, del lugar, de quién lo preparaba, etcétera). Ejercicio parecido a la publicación anterior. En todo caso, el punto de partida era el plato, el puerto de llegada: impreciso. Y pasó una cosa que nunca me imaginé y que hoy que volví a revisar el libro la recordé, una anécdota especial digna de compartir, pero manteniendo la identidad del involucrado en el anonimato.
Mientras todos escribían, yo estaba aprovechando para corregir unos trabajos. En eso, empiezo a escuchar una suerte de gemido, muy callado, casi imperceptible, cuarta fila, quinto asiento. Una alumna levanta la cara hacia mí y con los ojitos me señala al compañero del costado. El chico (XYZ), tenía los ojos llenos de lágrimas y el llanto atorado en la garganta hasta que no pudo más, e inconteniblemente se echó a llorar…
Entre mi desconcierto, el de sus compañeros y su angustia, lo primero que hice fue acercarme a su carpeta e invitarlo a que me acompañara a salir de clase. Yo, torpemente (asumo mi total torpeza para consolar a alguien) trataba de hacerlo sentir mejor, y solo atinaba a decir: ¿estás bien? ¿qué pasó? ¿estás bien?
XYZ solo me decía: Miss perdóname, miss perdóname es que no me pude aguantar.. y seguía llorando desconsoladamente mientras que yo me rompía la cabeza imaginándome qué habría podido pasar para que se diera tal situación. En eso, me dio lo que había escrito. (Debió decir más o menos esto, según mi recuerdo –por cierto trato de respetar la redacción de un chico de esa edad-)
A mí me gusta mucho comer, creo que hay cosas que me gustan más que las otras, pero si tengo que pensar en algo especial uno de mis platos preferidos es el arroz con huevo frito, mi mamá siempre lo prepara y le sale buenazo. Sobre al arroz blanco coloca el huevo con la yema casi cruda. Cuando éramos más chicos yo y mi hermano creo que teníamos seis y siete años hacíamos carreras para ver quién llegaba primero para empezar a devorarnos lo que mi mamá nos preparaba cuando llegaba del trabajo. Esto también me hace acordar que estábamos contentos porque era riquísimo, pero también estábamos tristes porque mis papás se acababan de separar, y habían días que ella lloraba después de la comida porque decía que era difícil estar sola. Cuando nos fuimos a vivir a … no era fácil conseguir el arroz de acá pero mi mamá hacía lo posible para que le quedara como en Perú. Ahora que hemos regresado ya no cocina ella porque ahora vivimos con mis abuelos y a la empleada no le queda igual.
No sé por qué ahora que pienso en ese arroz con huevo frito, hasta me acuerdo del color del plato y el adorno que tenía pero me mucha pena y me emociono mucho acordándome… El texto obviamente se detenía ahí.
Su pena era enorme, su llanto reflejaba cómo el recuerdo de una comida lo había hecho sentirse ese niño tal vez desorientado por lo que vivía en ese momento, el hecho de ponerlo por escrito había revivido una época de su vida dura, complicada.
Las penas y las alegrías estaban presentes en un plato de comida.
1 comentario:
Comprobado, un plato de comida nutre mucho mas que solo el cuerpo, nutre también nuestras emociones y recuerdos.....gracias por compartirlo !!
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