Pienso en que me hubiera encantado ver (lo que hoy le da tanta vergüenza a algunos chicos) muestras de afecto, que fueran cariñosos el uno con el otro. No recuerdo, durante mi infancia y menos la adolescencia, ver a mis padres dándose un beso, tomados de la mano, jugando entre ellos, riéndose.
Se amaron en diferentes frecuencias, con diferentes intensidades, en distintos tiempos, con alternadas expectativas. Se amaron sin rumbo fijo, de manera políticamente correcta, adecuadamente, acorde a los tiempos que les tocó vivir. Hubo un tiempo, una fracción de tiempo en la que realmente se amaron...
Tal vez, el paso de los años consumió el afecto y la rutina fue matando poco a poco el vínculo que los unió, para dar espacio finalmente a una separación que nadie espero.
Años después, la sabiduría (y algo de culpa) de mi padre y, la amplia generosidad y capacidad de perdón de mi madre, me devolvieron una imagen añorada en donde dos personas gastadas en años, -más no en espíritu- eran capaces de sentarse a la mesa y recordar con afecto los viejos tiempos.
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