martes, agosto 07, 2012

Mutatis mutandis


Dentro de poco me mudaré. Después de cuarentaiocho años de vivir en lo fue la casa de mis padres, la casa de mi madre y luego mi casa, salgo con mi familia a emprender una nueva vida: cambiando lo que corresponde.
Muchas personas cercanas me han preguntado si no me da pena dejar esta casa, y esta madrugada insomne pienso que mientras el tiempo corre y la fecha (todavía inexacta) se va acercando son los sentimientos encontrados los que predominan en mí: el entusiasmo por la novedad, lo estrictamente nuestro, poner el marcador en cero. La melancolía de empacar una vida llena de recuerdos alegres, tristes, eufóricos y dolorosos.
Esta casa la construyeron mis padres y trataron de vivir la fantasía de ser felices para siempre. Esta casa fue motivo de ilusión, dedicación, de  querella, de lágrimas, de rencores encontrados y en ella murió mi madre.  En ella crecí, nacieron mis hijos,  los he visto convertirse en jóvenes adultos. Y sobre todo, esta casa sigue siendo testigo de la diaria labor de echarle leña al fuego del amor para que no se extinga: trabajando en mantener viva la fantasía de ser felices para siempre.

Y se mueven cosas, papeles, papeles, papeles, libros, libros, libros, libros, y más libros. Alberto Bedoya (y tomo la libertad de citarlo por ser un hombre transparente, honesto y directo) quien ha comprado la casa y ha construido el nuevo lugar al que nos iremos, me hizo un pedido en la primera entrevista que tuvimos: "por favor, no lean tanto…." Hombre sabio, pues ahora me rompo la cabeza pensando cómo me voy a llevar todos los ejemplares que de los que NO voy a deshacerme,  es como cortarnos una mano. Eso sí me produce angustia y como hoy: me quita el sueño.

Pero ustedes preguntarán qué hace esta imagen junto a este post. Pues, también hay fotos, fotos y fotos. Algunas cuya existencia acabo de descubrir: en 1964, el año que nos mudamos a esta casa yo tenía un año. Pocas de las fotos que estamos juntos y solos, otra de las cosas que me ha movido emocionalmente. Mi padre me tiene en brazos en la terraza de su lugar favorito: el jardín -luego del divorcio de mis padres, él no volvió a entrar más de quince años después, y lo primero que hizo después de romper el hielo inicial, fue pararse en el jardín, contemplar su obra, una de sus vocaciones preferidas-. Encontrar esta foto es su saludo y despedida.

Me hubiera gustado hallar una foto similar con mi madre puesto que defendió esta casa con uñas y dientes, no entraré en los morbosos detalles. Hace cinco años me la regaló, y gracias a ello es que el mutatis mutandis toma fuerza. Cambiaremos porque ya corresponde. Le cumplí la promesa fundamental que le había hecho y guardamos en un pacto de silencio.

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