Nadie dijo que criar hijos es fácil. Los mil y un manuales
que se han escrito son una quimera, puesto que es la única “ciencia” que en
verdad se aprende sobre el caballo, a caballo, como caballo: te subes al
caballo y no te bajas más.
Es cierto también que el sentido común te tiene que ayudar a
sobrevivir, y ahí tenemos nuestras fallas (varias, lo más probable). Sin
embargo, una pregunta que en algún momento se debe hacer cada padre o madre que
pisa esta Tierra, bastante deteriorada, es qué herencia les vamos a dejar.
La palabra herencia, hoy la vinculamos con dinero,
propiedades, entre otras cosas materiales. Debe ser porque antiguamente
significó “bienes pertenecientes a alguno por cualquier concepto y “dependencia
de un lugar”. Hacia finales del siglo X: “cosas vinculadas” Esa es la que me
gusta.
Hoy, estuve pensando en la herencia que pretendían dejar los
padres de Julieta y de Romeo, porque a pesar de que el tiempo ha pasado los
comportamientos de estos se repiten de uno u otro modo. Cargamos a nuestros
hijos con el peso enorme de nuestros afectos, puesto que queremos que quieran como
nosotros queremos y queremos que odien como nosotros odiamos (yéndome al
extremo desde luego).
Imponer un sentimiento es una tarea incansable. Ello me hace
recordar esa viñeta de Quino en donde la madre hace que Guille le dé un beso a
una señora en la calle, y el pobre pequeño siente que está besando a un
horrible rinoceronte…la metáfora es genial.
No podemos, no debemos cometer la insensatez de molestarnos
con nuestros hijos porque no sienten como nosotros. No son envases que nosotros
llenamos de emociones procesadas por nosotros, de heridas abiertas, de amores
entrañables. Ellos tienen que tener la libertad de querer a quien quieran, de
librar sus propias batallas, de deliberar, de rechazar o aceptar.
En los sentimientos es complicado tomar partido. Me
pregunto: ¿cuántos, desde nuestro lugar de hijos, hemos abandonado una amistad,
un pariente, un vecino, solo porque cayó en desgracia de nuestros padres? ¿cuántos,
desde nuestro rol de padres, pretendemos que nuestros hijos sean “solidarios”
con nuestra causa (que lo más probable no sea tan dramática ni profunda)?
¿cuántos estamos entrampados en un torbellino de sentimientos encontrados y
rencores polvorientos, e inoculamos a los chicos con los virus que nos
consumen?
Carguemos solos nuestras querencias, ellos tienen las
propias.
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