No hay peor campo de batalla que el criar a los
hijos. Todas las minas explosivas están sembradas en el lugar que menos
esperamos. No avisa, explota y a veces, solo queda proteger nuestro corazón de
tamaña explosión. Hoy escribo este post porque una mamá, admirable, con
errores, aciertos, trabajadora, humanísima, me hizo reflexionar al respecto. Le
pedí permiso para usar parte de su historia.
Partamos de una premisa real: nosotros
queremos que nuestros hijos sean de ESTE modo. Es una falacia repetir hasta el
cansancio, quiero que mi hijo sea feliz,
quiero que haga lo que le guste y se sienta bien, quiero criar un hijo libre,
etcétera. Seamos honestos: en el punto
inicial, cuando arrancamos la larga caminata de la crianza nos ponemos (y LES
ponemos) metas a las que hay que llegar.
¿Qué hacer si sentimos que mientras crecen no
dan la talla? Y seguimos tirando de la carreta y ajustando con discusiones,
exigencias, frustraciones y llantos. ¿Qué hacer ante la señales de alarma?
Cuando nos retumba sobre la cabeza la sentencia “árbol torcido, nunca
endereza”. ¡Miércoles! No puedo salir corriendo, no puedo encerrar a la
criatura, no puedo impedir que crezca y, con el perdón de la audiencia… no
puedo impedir que la cague de vez en
cuando.
¿Qué hacer si nos toco un hueso duro de roer?
Hijos con una personalidad que parece inmoldeable , rebeldes, inteligentes
hasta morir, que quieren volar y experimentar. Hay hijos que a uno le tocan y
nos mantienen en vilo… caminando sobre
el filo del precipicio. Y nosotros, padres cándidos creemos que apresando esas
ganas de libertad los estamos cuidando más y protegiéndolos de ellos mismos.
Sufrimos, claro que sufrimos… puesto que toda
evolución supone un sufrimiento. Toda transición supone dolor, toda
metamorfosis supone romper un cascarón. ¿Cambiamos? ¿Estamos dispuestos a
cambiar? ¿Dispuestos a ser flexibles?
¿Dispuestos a vigilar, pero a la distancia? ¿Tenemos disposición para entender
que en ESA relación padres/hijos es donde tenemos que usar más sabiduría que
nunca?
Tenemos que entender que su proceso es
nuestro. Su camino a la madurez es nuestro pero a la vez, no nos pertenece.
Suena contradictorio y cierto. Nos quieren y no nos quieren, los queremos y no los
queremos… y cuando no lo hacemos (quererlos) sentimos culpa. Si se equivocan,
la culpa es más grande todavía. ¿Dónde me equivoqué? Es la primera pregunta que
surge… ¿dónde YO pasé por alto este detalle? Y el mundo y la duda siguen
girando alrededor de nosotros…cuando en realidad la llegada de la estabilidad
está en cuán bien manejemos los hilos que empiezan a disolverse.
En esta etapa no hay que pedir al cielo
paciencia… hay que pedir: sabiduría.
3 comentarios:
Es justo lo que yo pienso. Me siento identificada con usted. Gracias por plasmar tan bien un mismo sentimiento y Dios nos de un poco de esa sabiduría que necesitamos para llevar nuestro trabajo de madres a buen fin. Un abrazo.
Es justo lo que yo pienso. Me siento identificada con usted. Gracias por plasmar tan bien un mismo sentimiento y Dios nos de un poco de esa sabiduría que necesitamos para llevar nuestro trabajo de madres a buen fin. Un abrazo.
Me siento totalmente identificada con usted. Gracias por plasmar tan bien un mismo sentimiento y que Dios nos de la sabiduría necesaria para poder llevar a buen fin la educación de nuestros hijos. Un abrazo
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