Como he indicado en el post anterior, la escultura es algo
que me encanta. La clásica especialmente. No obstante soy una amante de la
pintura, pasando por los antiguos lienzos hasta artistas contemporáneos de
primera calidad. Creación pura, imaginación, trabajo arduo, capacidad de
combinación… ¡Qué envidia!
Tuve la suerte de ver la exposición de “El joven Van Dyck”
que –una ayudita por si no se acuerdan- fue alumno y amigo de Rubens,
principios del siglo xvii. Destacan en él, principalmente, los retratos.
La muestra recogía más de cincuenta cuadros. Maravillosos,
totalmente empapados de Renacimiento/Manierismo. Sin embargo, sin minimizar lo
que vi debo confesar que una de las cosas más me llamó la atención fueron los bocetos. Al lado de
varias imágenes, habían colocado los “estudios” o bocetos que el pintor realizó
en el proceso de culminar su obra.
Me encantó ver la génesis del cuadro, del carboncillo al
óleo, del borrador a la obra, del cerebro al lienzo. Inclusive, se mostraban
dos cuadros (pintados en etapas diferentes desde luego) sobre el mismo tema en
que se percibían variaciones importantes: la ausencia de un personaje, la posición
de una determinada extremidad, un gesto del rostro, entre otros.
Cuántos de esos bocetos, de cualquier pintor de cualquier
época, acabaron en la basura. Sin pensar en lo absoluto que ESE primer producto
es sumamente valioso. Al menos, para mí.
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