martes, noviembre 12, 2013

¡A la cama!

La búsqueda de un nuevo colchón no es cosa fácil. Es una compra que contempla varias aristas, puesto que en la variedad uno se marea. Al menos yo. Si de espuma, si de resortes, si medida europea o americana, si anti-stress, si anti-alérgico…. si… si… si…. Es demasiado.
Me embarqué en esta delicada empresa hace unas pocas semanas. Mi colchón (sin entrar en suspicacias por favor) tenía varios años de uso, y la verdad es que el pobre había cumplido su función. Más que dolores de cabeza nos empezó a producir sendos dolores de espalda y de cuello. Conclusión: a cambiar de colchón.
El cuento es que llegué a la tienda X de colchones porque sabía que además, si iba a Ripley o Saga sería peor… encontraría miles de marcas y me iba a marear. En mi cabeza rondaba además esa antigua publicidad de la cabrita comiendo la paja de un colchón bamba que decía: meeeee gusssssta….. quééééééé rrrrrriiiiccooooo!
El caballero solícito que me atendió me dio las quinientas explicaciones sobre las ventajas de cada uno de los productos. Pero yo quería uno que fuera BBB. Ubicado el susodicho vino la situación interesante: Señora, pruebe el colchón…por favor. Es decir: Señora, échese en la cama. Y digo cama porque el vendedor me invitaba a probar la muestra que se encontraba en la vitrina (léase daba a plena avenida) y tenía un edredón, el cual retiró para que yo hiciera la requerida prueba.
¿Cómo les explico? A ver… ¿cómo pruebas un colchón? ¿Te sientas y ya? ¿Lo tocas? ¿Lo muerdes…. meeeee gusssssta….. quééééééé rrrrrriiiiccooooo!? ¿Saltas?  ¡No jodan! No lo voy a decir…. pero podría probarse de mil maneras. Además, en plena vitrina..
El vendedor insistía: Señora, échese para que lo pruebe….
Cómo me voy a echar “relajadita” para probar un colchón. Con cartera en la mano, llaves del carro en la otra, zapatos puestos, abrigo, casi en rigor mortis y mortis por la vergüenza, acostarme en la cama de la tienda, los carros pasando al otro lado de la ventana…. ¡Por favor! ¡Denme un aire!
Conclusión: me senté, toqué, presioné y no hice nada más. Con la compra, quedaba hipotecada mi salud corporal y la de JC desde luego. Sin embargo, mi historia quedaría ahí si no fuera por un detallito que no contemplé. En el párrafo anterior indicaba que me había sentado en la cama con los zapatos puesto e indicaré en este punto al lector, que yo no bajo de los tacos de siete centímetros jamás. Eso implicó que a la mañana siguiente de haber dormido bien, mis piernas colgaban como cuando la Alicia se hizo pequeñita pequeñita después de haber comido la galleta equivocada... Mi cama era baja, yo era baja y el colchón era alto, alto... Ahora no queda más que resbalarme hacia el piso hasta llegar al piso... En fin, gajes del oficio de ser pequeña.

 

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