¡Estoy demasiado
feliz, mi papá me pagó mi disfraz de Halloween!
Cuando uno tiene diecisiete años la felicidad se expresa
así. No me atrevo a decir que se reduce a esta frase porque sería injusta y
hasta arrogante, al enjuiciar cómo este estado emocional cabe en esas palabras.
Cuando tenía diecisiete años seguramente podría haber
compartido el mismo sentimiento… claro que mi mamá no me hubiera comprado nada
para Halloween porque sacaría de sus cajas misteriosas algo que me sirviera.
Sin embargo, me vino a la cabeza cuando – por darle la contra a mi mamá- mi
papá me compró en la zapatería “Paola” unas botas de cuero con taco que eran el
sueño de mi vida: estaba demasiado feliz.
Los adultos nos complicamos más en sentir la felicidad, esa
esquiva criatura que se esconde a veces en mínimos detalles y justamente por
ello, no la notamos. ¿Cuándo estamos demasiados felices? Un instante puro y
espontáneo.
Un par de ejemplos para no caer de nuevo en uno listado,
tómenlo como una metáfora o tómenlo literalmente, con toda libertad: un ataque
de risa imprevisto, un vaso de agua cuando tenemos realmente sed.
Disfrutemos también de ser demasiado felices, del disfraz de
Halloween, de las boas con taco, de reír. Esta chica me dio una lección, es
fácil ser feliz cuando se tiene diecisiete años y cuando se tienen más,
también.
No hay comentarios:
Publicar un comentario