para D
Hay cosas en la vida que esperamos,
los sueños, los deseos, la supuesta e inalcanzable felicidad. Hay otras que no
lo son tanto, porque sabemos que llegarán inevitablemente aunque nunca queremos
hablar de ellas.
Las pérdidas están en ese terreno.
Sabemos que la vida es un continuo camino de pérdidas pero internamente nos
consolamos pensando en que cada cosa tiene un momento indicado para desaparecer
de nuestras vidas.
¿Cómo consolarnos cuando perdemos
a alguien? Cuando ni siquiera fuimos conscientes nunca de esa posibilidad.
Menos nos habremos imaginado cómo sería nuestra vida sin esa persona: nada en
concreto hasta que lo vivimos. Nada es tan inesperado como la muerte, a pesar
de que es lo único de lo que tenemos certeza. Sin embargo, es por lo único que
no esperamos y no queremos hablar.
Las ausencias imprevistas son
injustas para los que quedamos. Cuando alguien se va sin aviso previo, sin
preparación para sentir su ausencia, escuchamos
frases más clichés todavía: se fue antes
de tiempo, le faltaba tanto para vivir, por qué en este momento, había mucho
por delante.. Para ninguna hay respuesta.
Quedarse aquí es mirar por encima
del hombro para buscar respuestas inexistentes, para comerse el nudo del
estómago mientras resuelves todo lo que queda pendiente, para arrepentirse de lo
que nunca ocurrió, y de lo que ocurrió y tenía que ocurrir. Para carcomer los
planes truncos, las palabras no dichas… ¿para qué, por qué?
Solo me queda claro que somos
dueños de nuestro dolor, nuestras faltas, nuestros sufrimientos. Somos dueños
de nuestros sueños y deseos, de nuestros amores, de nuestros odios. Somos
dueños de mucho más, excepto de nuestra propia muerte.
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