martes, enero 20, 2015

Lo inesperado

para D


Hay cosas en la vida que esperamos, los sueños, los deseos, la supuesta e inalcanzable felicidad. Hay otras que no lo son tanto, porque sabemos que llegarán inevitablemente aunque nunca queremos hablar de ellas.

Las pérdidas están en ese terreno. Sabemos que la vida es un continuo camino de pérdidas pero internamente nos consolamos pensando en que cada cosa tiene un momento indicado para desaparecer de nuestras vidas.

¿Cómo consolarnos cuando perdemos a alguien? Cuando ni siquiera fuimos conscientes nunca de esa posibilidad. Menos nos habremos imaginado cómo sería nuestra vida sin esa persona: nada en concreto hasta que lo vivimos. Nada es tan inesperado como la muerte, a pesar de que es lo único de lo que tenemos certeza. Sin embargo, es por lo único que no esperamos y no queremos hablar.

Las ausencias imprevistas son injustas para los que quedamos. Cuando alguien se va sin aviso previo, sin preparación para sentir su ausencia,  escuchamos frases más clichés todavía: se fue antes de tiempo, le faltaba tanto para vivir, por qué en este momento, había mucho por delante.. Para ninguna hay respuesta.

Quedarse aquí es mirar por encima del hombro para buscar respuestas inexistentes, para comerse el nudo del estómago mientras resuelves todo lo que queda pendiente, para arrepentirse de lo que nunca ocurrió, y de lo que ocurrió y tenía que ocurrir. Para carcomer los planes truncos, las palabras no dichas… ¿para qué, por qué?

Solo me queda claro que somos dueños de nuestro dolor, nuestras faltas, nuestros sufrimientos. Somos dueños de nuestros sueños y deseos, de nuestros amores, de nuestros odios. Somos dueños de mucho más, excepto de nuestra propia muerte.




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