miércoles, noviembre 05, 2008

Cuando la muerte es solo una metáfora de una condena


De la literatura universal, tengo en la cabeza hace mucho tiempo la imagen de dos heroínas, dos mujeres del siglo XIX satanizadas –como las hay tantas en la historia- por haber tomado una decisión moralmente equivocada. Digo moralmente, porque es imperativo hacer una aclaración sobre la orilla desde donde las estemos observando.
Emma (Bovary) y Anna (Karenina) fueron personajes que desde que leí sus historias me llamaron la atención. La primera, por ilusa; la segunda, por sacrificada. Ambas por arriesgadas, me daban miedo: no en balde, las había conocido cuando tenía 15 años, e inclusive había ciertas cosas de sus vidas que no había logrado entender.
Después, en mi caminar literario y en mi caminar por la vida, fui descubriendo que del siglo XIX a nuestros días, ni la literatura ni la vida han cambiado mucho con respecto a este tema tabú: la infidelidad femenina. Todo podría reducirse a la siguiente frase: todo hombre que saca la vuelta es un vivo, toda mujer que saca la vuelta es una puta. No hay nada más que decir. Lo siento, lectores, pero es así. Que lo digan mis alumnos que cada vez que un grupo nuevo lee El túnel, la primera reacción que todos tiene sobre María (Iribarne) es que es justamente una puta, usando las mismas palabras de su propio amante: el protagonista, Juan Pablo Castel.
¿No puede una mujer sentirse atraída por otro hombre a pesar de estar correctamente casada? ¿No puede Emma soñar con otra vida, más allá de la que Charles podía darle, una vida llena de emociones, exabruptos y fantasías hechas medianamente realidad? ¿No tiene derecho Anna de tratar de ser feliz al lado de Alex Vrosky, o creer serlo en algún momento? ¿No podía María sentirse deseada por Castel a pesar de las obsesiones de éste y la ceguera de su marido?
Pues parece que la sociedad, y los propios escritores no las dejaron disfrutarlo. Si hubiera sido de esa manera, nuestras heroínas y sus novelas hubieran tenido un final feliz, y en ninguno de estos tres casos fue así. Las tres acaban muertas. Si observamos con mayor detenimiento el caso de Emma y Anna son peores, puesto que terminan muertas por su propia mano: por su culpa, por su culpa, por su gran culpa. Son unas traidoras a su propia esencia -esposas y madres- y por lo visto, una mujer que traiciona su propia esencia no merece vivir. Ergo, tiene que morir: NO HAY OTRA OPCION.
Vuelvo a insistir en que no quiero ver esto desde un punto de vista moral, quiero verlo desde un punto de vista humano, nada más. Ellos sí, ellas no. ¡Tráiganme la cabeza de un protagonista que se suicide por ser infiel! Tan simple como eso.
En la vida real, es la sociedad la que mata a nuestras heroínas, ellas no merecen ser madres, ellas no merecen el respeto, ellas son las malditas, las pecadoras, las traidoras. Son condenadas al ostracismo social, a ser objeto de la eterna murmuración, a la burla, a la soledad... por equivocarse, por amar, por sabe Dios qué...
Habrá casos en los que ellas se detengan, piensen en lo vivido y decidan volver –como lo hacen en algún momento ambas protagonistas- y tengan que renunciar a ese amor furtivo, a ese sueño, a esa fantasía, a ese espejismo y borren de su memoria para siempre lo que disfrutaron, olviden a aquellas que fueron por una temporada. Decidirán pues finiquitar esa parte de su vida: matarla como lo hicieron Madame Bovary y Anna Karenina.
Tema polémico, ¿no?

1 comentario:

Alberto dijo...

Pues sí, este tema siempre lo tuve en mente desde que supe sobre las relaciones y los engaños. ¿Por qué ellas "putas" y ellos pendejos? Aunque a mi me gusta llamarlos de "putos" creo y se que nunca va a tener el mismo efecto que su contraparte femenina.

Supongo que, lo unico que se puede hacer, porque insultos, prejuicios y condenas siempre habra para los/las infieles, es encontrar un insulto bueno para los hombres.