Cuando era niña y volvíamos de la playa por el circuito de la Costa Verde veía unos grandes huecos en el acantilado y en eso momentos para mí estos se convertían en cuevas dignas de ser habitadas. Fantaseaba con la posibilidad de que si algún día me escapaba de mi casa me llenaría de valor y me escondería ahí hasta que mis padres o la policía me encontrara. Es la primera vez que lo cuento. Hoy paso por el mismo camino cuando regreso del trabajo y esas cuevas ya no están, o quizás no me tomo el tiempo suficiente de buscarlas con la mirada, pero en todo caso prefiero conservarlas en mi memoria como aquella ruta de escape irreal.
En algún momento de nuestras vidas todos tenemos la fantasía de escapar, “seguir un circo”, “ir a cualquier lugar desconocido”, “escondernos en el closet”, “meternos debajo de la cama”… lo que fuera. Quizás cuando éramos niños esta fantasía no se convertía en realidad porque en el fondo nuestra familia nos ofrecía –sin saberlo, sin percibirlo- la seguridad que justamente buscábamos, o porque el miedo a lo desconocido era tan pero tan grande que impedía que nos aventuráramos por un segundo a cruzar el umbral de la puerta y caminar aunque fuera hasta la esquina y respirar la liberación de la escapada. No obstante, supongo que conoceremos a algún protagonista que de niño se escapó de su casa dispuesto a no volver jamás…
Escapar, tirar el tablero y mandar a la lejanía todo aquello que nos perturba, que nos molesta, que nos persigue, que no nos hace felices o que impide que lo seamos. Escapar, a veces, de nosotros mismos y desaparecer por un momento de nuestra realidad. Como el niño que quiere refugiarse en la cueva.
De hecho, cuevas hay muchas, tantas como razones para escapar. Algunas, las más oscuras, nos pueden ofrecer una falsa ilusión de liberación y en la ingenuidad de conseguir el placer de la escapada llegar a perder hasta la vida.
En otros casos, podría ser posible encontrar varias cuevas tibias e iluminadas que nos cobijan y nos ayudan a dejar ahí las cargas acumuladas en las mochilas que cargamos y aliviar el peso cada cierta temporada. Es cierto que también tenemos “cables a tierra”, yunques que nos atan a lo seguro, brazos que nos cobijan y permiten que aminorar la intensidad de soñar con la huída.
En algún momento de nuestras vidas todos tenemos la fantasía de escapar, “seguir un circo”, “ir a cualquier lugar desconocido”, “escondernos en el closet”, “meternos debajo de la cama”… lo que fuera. Quizás cuando éramos niños esta fantasía no se convertía en realidad porque en el fondo nuestra familia nos ofrecía –sin saberlo, sin percibirlo- la seguridad que justamente buscábamos, o porque el miedo a lo desconocido era tan pero tan grande que impedía que nos aventuráramos por un segundo a cruzar el umbral de la puerta y caminar aunque fuera hasta la esquina y respirar la liberación de la escapada. No obstante, supongo que conoceremos a algún protagonista que de niño se escapó de su casa dispuesto a no volver jamás…
Escapar, tirar el tablero y mandar a la lejanía todo aquello que nos perturba, que nos molesta, que nos persigue, que no nos hace felices o que impide que lo seamos. Escapar, a veces, de nosotros mismos y desaparecer por un momento de nuestra realidad. Como el niño que quiere refugiarse en la cueva.
De hecho, cuevas hay muchas, tantas como razones para escapar. Algunas, las más oscuras, nos pueden ofrecer una falsa ilusión de liberación y en la ingenuidad de conseguir el placer de la escapada llegar a perder hasta la vida.
En otros casos, podría ser posible encontrar varias cuevas tibias e iluminadas que nos cobijan y nos ayudan a dejar ahí las cargas acumuladas en las mochilas que cargamos y aliviar el peso cada cierta temporada. Es cierto que también tenemos “cables a tierra”, yunques que nos atan a lo seguro, brazos que nos cobijan y permiten que aminorar la intensidad de soñar con la huída.
5 comentarios:
Me parece que las cuevas siguen ahí... yo alguna vez pensé que sería bravazo explorarlas...
Luego me enteré que gente vivía en esas cuevas, y me dejó de afanar tanto.
ahora que te leo recorde tambien esas cuevas que veia cuando mi familia regresaba de la Herradura en verano(cuando era una playa hermosa), veia las cuevas pero mas me llamaba la atencion que el agua caia en pequeños chorros y la gente que salia de la playa se enjuagaba ahi.
Primero que nada muchas muchas gracias por tener tu blog asi como es; apenas me doy cuenta de lo fantástico que es adentrarse y familiarizarse con un texto, no importa las veces que se lea.
Y bueno yo creo que con el párrafo anterior queda más que explicado que me sentí parte del texto :D
Saludos que tengas buen día, y cada que pueda -trataré, aún mas!- hecharé un vistazo al blog ;)
Rufo =]
Parece que los escapes son más atractivos de lo que uno cree y las cuevas del acantilado limeño también.
Parece que los escapes son más atractivos de lo que uno cree y las cuevas del acantilado limeño también.
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