I
El otro día caminaba por los corredores del colegio en el que trabajo y delante de mí escuchaba la siguiente conversación que provenía de boca de dos chicas de unos trece años:
- ¡Ajjj! ¡Tengo tareas!- comentaba la una..
- ¡Qué tóxico!- respondía la otra.
Yo como siempre lo hago, no dejé de maravillarme ante tan enriquecedor diálogo que me entregaba en bandeja de plata un tesoro digno de dejarme pensando por horas acerca de lo nocivo que podía ser el trabajo para un adolescente en la flor de su vida.
“Hacer tareas es tóxico” una verdad que resulta categórica en una etapa de la vida. ¿A dónde fue a parar el famoso proverbio: El trabajo dignifica? Tal vez los tiempos modernos lo enterraron bajo el msn, el i-pod, el Wi y el Facebook. Tal vez hay que esperar unos veinte años más para ver qué frase pronuncian esas adolescentes.
II
Les planteo a mis alumnos que escriban un texto argumentativo basado en la siguiente frase: En el presente no podríamos vivir sin informática. En ese momento explota la lluvia de comentarios que se inicia con: “¡sin la computadora me muero!, ¡no podríamos hacer absolutamente nada!, ¡ah no, me corto las venas!” Yo, carcajada de por medio, les explico (y refuto) que sí podrían sobrevivir. Les cuento que cuando yo era estudiante no había computadoras personales y que todo lo teníamos que hacer en máquina de escribir o a mano. ¡Asu! dice un alumno, con cara de "esos eran tiempo jurásicos..." Una alumna (que es encantadora) me dice con la frescura que la edad le permite: “¡ay, pero ahora con la computadora aprendemos mucho más! Todo está ahí”. Seguimos en un ambiente relajado, coloquial y le contesto: “No sé qué decirte, cuando yo hice mi tesis (dicho sea de paso la mitad del grupo no sabía qué era una tesis), escribí a máquina unas doscientas páginas, tuve que ir como a tres o cuatro bibliotecas a investigar, debo haber copiado a mano unas mil fichas por lo menos, revisé más cuarenta libros... Entonces, pregunto a la audiencia: ¿qué cerebro se ejercitaba más?” … Touché, ya no me sentí tan jurásica.
III
Tengo que corregir cuarenta y ocho trabajos en los que mis alumnos analizan un tema que les haya llamado la atención de El túnel de Ernesto Sábato. Cada año me sorprendo gratamente de las conclusiones y de las ideas que pueden pasar por los cerebros de mis maravillosos alumnos. Cada año, muero sepultada en la creatividad lingüistica que solo demuestra una enorme falta de vocabulario, de lectura. Guardo con cariño dos frases célebres: Castel no le tenía respetación a María, por eso la mata y otra mejor: Juan Pablo Castel se creía un ya no ya.
Verán, YO vivo intoxicada… pero me encanta.
El otro día caminaba por los corredores del colegio en el que trabajo y delante de mí escuchaba la siguiente conversación que provenía de boca de dos chicas de unos trece años:
- ¡Ajjj! ¡Tengo tareas!- comentaba la una..
- ¡Qué tóxico!- respondía la otra.
Yo como siempre lo hago, no dejé de maravillarme ante tan enriquecedor diálogo que me entregaba en bandeja de plata un tesoro digno de dejarme pensando por horas acerca de lo nocivo que podía ser el trabajo para un adolescente en la flor de su vida.
“Hacer tareas es tóxico” una verdad que resulta categórica en una etapa de la vida. ¿A dónde fue a parar el famoso proverbio: El trabajo dignifica? Tal vez los tiempos modernos lo enterraron bajo el msn, el i-pod, el Wi y el Facebook. Tal vez hay que esperar unos veinte años más para ver qué frase pronuncian esas adolescentes.
II
Les planteo a mis alumnos que escriban un texto argumentativo basado en la siguiente frase: En el presente no podríamos vivir sin informática. En ese momento explota la lluvia de comentarios que se inicia con: “¡sin la computadora me muero!, ¡no podríamos hacer absolutamente nada!, ¡ah no, me corto las venas!” Yo, carcajada de por medio, les explico (y refuto) que sí podrían sobrevivir. Les cuento que cuando yo era estudiante no había computadoras personales y que todo lo teníamos que hacer en máquina de escribir o a mano. ¡Asu! dice un alumno, con cara de "esos eran tiempo jurásicos..." Una alumna (que es encantadora) me dice con la frescura que la edad le permite: “¡ay, pero ahora con la computadora aprendemos mucho más! Todo está ahí”. Seguimos en un ambiente relajado, coloquial y le contesto: “No sé qué decirte, cuando yo hice mi tesis (dicho sea de paso la mitad del grupo no sabía qué era una tesis), escribí a máquina unas doscientas páginas, tuve que ir como a tres o cuatro bibliotecas a investigar, debo haber copiado a mano unas mil fichas por lo menos, revisé más cuarenta libros... Entonces, pregunto a la audiencia: ¿qué cerebro se ejercitaba más?” … Touché, ya no me sentí tan jurásica.
III
Tengo que corregir cuarenta y ocho trabajos en los que mis alumnos analizan un tema que les haya llamado la atención de El túnel de Ernesto Sábato. Cada año me sorprendo gratamente de las conclusiones y de las ideas que pueden pasar por los cerebros de mis maravillosos alumnos. Cada año, muero sepultada en la creatividad lingüistica que solo demuestra una enorme falta de vocabulario, de lectura. Guardo con cariño dos frases célebres: Castel no le tenía respetación a María, por eso la mata y otra mejor: Juan Pablo Castel se creía un ya no ya.
Verán, YO vivo intoxicada… pero me encanta.
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