Aclaración
A pedido del público, he decidido escribir de vez en cuando sobre algunos avatares comunes de la convivencia en pareja o al menos de dos seres como Juan y María que comparten un sinnúmero de situaciones que la sobrevivencia en compañía supone. El post “En la salud y en la enfermedad…” dio pie a varios comentarios que convencieron a esta humilde bloggera a dar inicio a una nueva serie: María y Juan. Cuento con ello con la anuencia y paciencia de mi bienamado JC puesto que sin ello, esto acabaría mal. Aclaro y juro que no todos los contenidos serán de propia cosecha –Juan y María son en el fondo estereotipos de los seres humanos normales que caminan por la calle-. Ello se ha dejado sentir en los comentarios de los lectores y sugerencias de temas.
A pedido del público, he decidido escribir de vez en cuando sobre algunos avatares comunes de la convivencia en pareja o al menos de dos seres como Juan y María que comparten un sinnúmero de situaciones que la sobrevivencia en compañía supone. El post “En la salud y en la enfermedad…” dio pie a varios comentarios que convencieron a esta humilde bloggera a dar inicio a una nueva serie: María y Juan. Cuento con ello con la anuencia y paciencia de mi bienamado JC puesto que sin ello, esto acabaría mal. Aclaro y juro que no todos los contenidos serán de propia cosecha –Juan y María son en el fondo estereotipos de los seres humanos normales que caminan por la calle-. Ello se ha dejado sentir en los comentarios de los lectores y sugerencias de temas.
I
Desde que estuvo con una bata aséptica con abertura total en la parte posterior de su anatomía sobre una mesa de operaciones, la personalidad de Juan ha cambiado. María ha descubierto en él una sospechosa docilidad en la que las órdenes de ella fluyen con naturalidad y complacencia. Juan está con las defensas bajas y trata de sobrevivir a ello de la manera más ZEN posible. Parecía pues que la recuperación iba viento en popa y dada tal situación, María le propone a Juan irse a cenar fuera. Se lo merecen. Sin embargo…
II
Juan en menos de cuarenta días (lo que dura el puerperio) ha vuelto a caer con gripe. Ni la porcina, ni la aviar, ni la AH1N1 tendría la crudeza ni las torturas a las que se ve sometido cuando él pre-siente (porque no es una intuición), cuando Juan sabe que se ha “enfriado” y por lo tanto resfriado. Si no fuera Juan, se hubiera abrigado al sentir frío y punto, y de paso: no estaría jodido.
III
Juan está maleteado, el dolor de espalda, la respiración por la boca lo agotan… casi casi hiperventila, la congestión, el lagrimeo, los kleenex, el basurero, todo el universo de la gripe lo rodea. María solo sugiere tomar un antigripal para minimizar los síntomas cual propaganda de los quinientos antigripales que existen en la tv y se va a trabajar. En el reencuentro María se encuentra con un Juan que es un saco andante con los ojos inyectados, tercianas y cual víctima de un ataque febril decide abrigarse como pollo crudo en el Polo Norte y ponerse los kilos de polares que estén a su alcance. Sin embargo, Juan tiene 36.8° está más fresco que el pisco sour que seguramente se estarían tomando si hubieran salido a la calle. María, expresivamente maternal y silenciosamente “madrastral”, le vuelve a sugerir que tome otro antigripal y que no se meta a la cama. Le recomienda (en realidad: le ordena) solo descansar y tomar algo caliente. "Amorosamente" le dice -Tómate otro Panadol Antigripal como en la mañana-. Y por supuesto que ella va a buscar las pastillas para dárselas y descubre que Juan solo había tomado UN Panadol normal en todo el día. María piensa: "¿En la magnificencia de la corpórea humanidad de Juan qué es un panadol para la gripe elefantística que tiene esta pobre criatura abandonado de la mano de Dios?" El cuerpo de Juan sufre, el cuerpo de Juan lagrimea, el cuerpo de Juan pide a gritos a la madre naturaleza que deje de castigarlo de una vez por todas con este resfriado común. El cuerpo de Juan suspira por alcanzar la sanidad corpórea que recuerda tan lejana. María suspira por lo mismo.
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