Con la modernidad y la rapidez con la que vivimos -incluyo el crecimiento urbano “hacia arriba”-, el concepto de BARRIO se ha ido perdiendo, diluyendo entre los dedos y a veces, termina siendo curioso como los padres tratamos de explicarles a los hijos que intensa pudo ser la vida del barrio.
El juego en la calle, las tocadas de timbre, la “vueltita chonguera”, las reuniones en la esquina, la silbada en la puerta de la casa, las broncas, las carreras, las complicidades. En la calle (real y no metafórica) se da una historia diferente ahora… Antes, la vida estaba afuera, ahora la vida está en una reu, está en Facebook. Los chicos de ahora la pasan bien, no puedo negar que quizás hasta mejor, desde SU punto de vista, y acumulan historias geniales que también encierra la complicidad y aspectos similares. Sin embargo, hay cierta esencia que sí se perdió.
El fin de semana, fue testigo –no es la primera vez, desde luego- de una reunión de hermandad. La vida llevó a varios chicos, ya convertidos en hombres, en padres de familia, a migrar a diferentes partes del mundo, hace muchos años atrás. Sin embargo: el barrio está ahí.
A pesar de no tener al grupo completo, a pesar de que más de uno no estaba para compartir (y hasta defenderse de la joda del resto) la presencia emocional, la fortaleza del amigo lejano, estaba en la mesa en la que nos hallábamos sentadas diecinueve personas de dos generaciones diferente. Amigos, parejas, hijos, enamorados…mudos testigos de testimonios guardados con fidelidad en el lugar de la memoria colectiva.
Y entre bocado y bocado, y a medida que la situación iba acomodando los recuerdos y las historias comunes, empezamos a extasiarnos con historias del pasado en las que a pesar de que primara la travesura, la palomillada, los excesos que permiten la falta de responsabilidades concretas, las risas surgían una y otra vez espontáneas. Las historias, que se presentaban cada una más “terrible” que la otra… dejaban al final un sabor común: un vínculo intenso que pasa fronteras, cruza océanos y a pesar de las diferencias, los dolores compartidos, las broncas internas que cargan en sus historias, estaban ahí: reunidos alrededor de un mesa, siendo como son, contando aventuras, fanfarroneando entre ellos mismos, deteniendo la vida por un momento y recordando los tiempos despreocupados, los días de refugio...
En el recuerdo, el barrio surgió como el paraíso perdido.
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