domingo, mayo 13, 2012

En nuestro día...


Hoy, me puse a pensar desde la orilla que corresponde: ¿qué siento como madre, más allá de la huachafería y clichés comerciales? Voy a poner mi corazón y mente sobre la mesa.
Evidentemente orgullo de sus logros, a veces cayendo en la vanidad. Otras, frustración por sus fracasos, me da una tristeza enorme cuando veo que “algo no les liga”. En ocasiones, vergüenza de sus errores… siento que son los míos, y a veces me pregunto: ¿en qué me equivoqué?

Mi amiga Verónica, recordará nuestras largas conversaciones sobre esa lista mental que cada una tenía sobre las cosas que nuestras madres "habían hecho con nosotras" y que nosotras, sabiamente no repetiríamos cuando tuviéramos hijos.... En ese entonces, con menos de 20 años el mundo se nos presentaba como un sketch book blanco y limpio, y en realidad... no habíamos vivido NADA.

¿Qué tenía mi lista? Límites en las horas de llegada, obligaciones sociales, dependencias al yugo materno, falta de autonomía para tomar decisiones, jamás decirles "te lo dije", jamás decirles "¿ves,? suponía que eso iba a pasar" ni "te lo digo porque es así y punto!" ni "ya no me quieres, ya no conversas conmigo"; imposición de mil cosas, inculcarme un sentimiento de culpa por todo, desconfianza extrema, preocupación por el "qué dirán", ser una "niña bien", tener una profesión rentable... o sea, abogada.

Algunos aspectos, en la medida de haber sido racional y recordar la lista,  fueron relativamente posibles de evitar. Mi madre me tuvo a los 43 años, yo arranqué a los 27. Eramos de otra generación, fui una madre marcada por los toques de queda, el terrorismo, la carestía, el uso de pañales de tela, las restricciones de luz;  fui una madre que salía a trabajar todos los días (hasta hoy)... y claro tuve unos hijos cuya madera fue especial, como todos lo son para sus progenitoras.

Hoy, mi hija con quien estrené mi maternidad y me hizo sacar el Diplomado de Aguante cuando no me dejé vencer con sus pataletas infantiles,   comparte conmigo cosas que soñé mientras crecía. En el presente confirmo que lleva mucho de mí y millón de su padre, que somos iguales en planear el futuro, tenemos gustos similares, nos reímos mucho de lo compartido, confiamos la una en la otra, somos cómplices y sabemos qué nos jode  aunque igual nos jodemos. Se molesta, y con justicia, cuando soy madre y me entrometo, y corrijo, y repito las cosas… Y le digo:  "¿ves,? suponía que eso iba a pasar" o  "ya no me quieres, ya no conversas conmigo... ahh... y va a ser abogada.

Hoy, mi hijo, con quien hice el Ph.D de Aguante por ser tan arriesgado.  Gozaba gota a gota de cada travesura realizada (y en vida, la abuela se las celebraba todas). Sin embargo, veo en mi pasado alguna escena con monólogo repetido  "te lo digo porque es así y punto!". Aunque mi versión vino más acorde a los tiempos: Hay cosas que son como son, no puedo explicarlas, no puedo racionalizarlas, no ameritan discusiones, SON y punto. Que como diría Silvio Rodríguez, no es lo mismo pero es igual...  Mi hijo me recuerda que el cerebro de los hombres es diferente al de las mujeres, que no tengo que tomarme en serio todo lo que me dice con gesto adusto, que tiene la misma mordacidad de su padre, su carácter, sus silencios, y una mezcla de genios impredecible.  Me dice sin decirme que confía en mi criterio, busca mi consejo sin hacerlo evidente, y sabe que su mamá lo adora. Y seguramente con él no me entrometo tanto, ni corrijo tanto, ni le repito las cosas tanto… Y sin decírselo pienso: te lo dije","¿ves,? suponía que eso iba a pasar" ni "ya no me quieres, ya no conversas conmigo".

Les di independencia, y claro... con la llegada de la democracia en los 80´s también les enseñé lo que era ese concepto. Creo que ahí... exageré, pero en verdad no me arrepiento.

Lo que no puedo manejar… lo que está más allá de mí es la angustia diaria. Cuando se van a la universidad, cuando manejan, cuando tonean, cuando no sé de ellos por horas, o sea siempre es monstruo oscuro del miedo me posee. Vivo controlando ese miedito de que les vaya a pasar algo y mi propio yo me consuela diciendo que -sea lo que sea-  todas las mamás somos iguales.

AMEN.

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