Siempre he considerado a mis alumnos seres especiales. Lo son porque su generosidad me sorprende todos los días, la capacidad que tienen, su juventud, su sentido del humor... y por sobre todas las cosas: todo lo que son capaces de enseñarme.
Un alumno de 5to de media, me ha ido dando muestras de ser capaz de descubrir a diferentes autores fuera de la frontera de lo que trabajemos en clase: ha ido más allá de lo básico con Borges, con Cortázar y ahora, que tuvo que hacer -en grupo- una "clase magistral" sobre Mario Benedetti llevó un texto que a él le había encantado.
Ricardo Padilla (me tomo la libertad de citarlo y ruego al resto no ponerse celoso) brilló en la elección de un ejemplo del estilo de este autor. Me dejó sorprendida, gratamente sorprendida y encantada con el texto que ahora pongo a disposición.
La lectura puede ser una, pero si somos capaces de leer entre líneas, descubriremos al igual que Ricarlo la riqueza de este pequeño y gran texto, de uno de mis autores predilectos.
El OTRO YO
Se trataba de un muchacho corriente: en los pantalones se le formaban
rodilleras, leía historietas, hacía ruido cuando comía, se metía los dedos a la
nariz, roncaba en la siesta, se llamaba Armando. Corriente en todo menos en una cosa: tenía Otro
Yo.
El Otro Yo usaba cierta poesía en la mirada, se enamoraba de las
actrices, mentía cautelosamente, se emocionaba en los atardeceres. Al muchacho
le preocupaba mucho su Otro Yo y le hacía sentirse incómodo frente a sus
amigos. Por otra parte el Otro Yo era melancólico, y debido a ello, Armando no
podía ser tan vulgar como era su deseo.
Una tarde Armando llegó cansado del trabajo, se quitó los zapatos,
movió lentamente los dedos de los pies y encendió la radio. En la radio estaba
Mozart, pero el muchacho se durmió. Cuando despertó el Otro Yo lloraba con
desconsuelo. En el primer momento, el muchacho no supo qué hacer, pero después se rehizo e insultó
concienzudamente al Otro Yo. Este no dijo nada, pero a la mañana siguiente se
había suicidado.
Al principio la muerte del Otro Yo fue un rudo golpe para el pobre
Armando, pero enseguida pensó que ahora sí podría ser enteramente vulgar. Ese
pensamiento lo reconfortó.
Sólo llevaba cinco días de luto, cuando salió a la calle con el
propósito de lucir su nueva y completa vulgaridad. Desde lejos vio que se
acercaban sus amigos. Eso le lleno de felicidad e inmediatamente estalló en
risotadas.
Sin embargo, cuando pasaron junto a él, ellos no notaron su presencia.
Para peor de males, el muchacho alcanzó a escuchar que comentaban:«Pobre
Armando. Y pensar que parecía tan fuerte y saludable».
El muchacho no tuvo más remedio que dejar de reír y, al mismo tiempo,
sintió a la altura del esternón un ahogo que se parecía bastante a la
nostalgia. Pero no pudo sentir auténtica melancolía, porque toda la melancolía
se la había llevado el Otro Yo.
FIN
1 comentario:
miss!! me pongo celoso!! mi exposicion tambien fue buena a pesar de no ponerle virgulilla a la ñ en la palabra año..
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