Perder no es fácil, sean cuáles fueran las razones. Perdemos a seres queridos, perdemos trabajos, perdemos objetos... De niños, perdemos mucho que quizás hoy ya ni recordamos: la teta de nuestras madres, el chupón, el pañal, el biberón, la cuna, el juguete preferido, el cuento destrozado... y mientras vamos creciendo las pérdidas se hacen más intensas y se quedan en nuestros corazones con una marca más fuerte que un plumón indeleble.
Conscientemente perdemos y en esos casos llamamos a esos eventos: despedidas. Algunos prefieren despedirse y sentir menos tristeza que alguien decida perdernos; para otros es al revés: al no tener el valor de hacerlo prefieren que les digan adiós como sea y dejar de formar parte de una vida de una vez por todas. Porque justamente despedirse es eso: dejar de ser pedido/ requerido por alguien en una definición literal, desde luego. Nos perdemos del otro, nos despedimos porque ya no formaremos parte de la vida de alguien o porque ese alguien ya no formará parte de la nuestra.
Despedidas de aquello que es inevitable dejar, despedidas de aquello que no queremos dejar pero tenemos que hacerlo, despedidas por odio, por sacrificio, por amor, por amistad, por despecho, por orgullo, por muerte. Perdemos padres, amigos, esposos, amantes, compañeros de trabajo. Perdemos oportunidades, tiempo, gestos, palabras, risas, lágrimas.
Los motivos son innumerables, infinitos, pero queda claro que pasamos nuestras vidas aprendiendo a perder y a despedirnos. Sin embargo temo decirles que resulta un aprendizaje totalmente inútil.
Los dejo con este poema de Elizabeth Bishop (USA 1911-1979):
El arte de perder no es muy difícil;
tantas cosas contienen el germen
de la pérdida, pero perderlas no es un desastre.
Pierde algo cada día. Acepta la inquietud de perder
las llaves de las puertas, la horas malgastadas.
El arte de perder no es muy difícil.
Después intenta perder lejana, rápidamente:
lugares, y nombres, y la escala siguiente
de tu viaje. Nada de eso será un desastre.
Perdí el reloj de mi madre. ¡Y mira! desaparecieron
la última o la penúltima de mis tres queridas casas.
El arte de perder no es muy difícil.
Perdí dos ciudades entrañables. Y un inmenso
reino que era mío, dos ríos y un continente.
Los extraño, pero no ha sido un desastre.
Ni aun perdiéndote a ti (la cariñosa voz, el gesto
que amo) me podré engañar. Es evidente
que el arte de perder no es muy difícil,
aunque pueda parecer (¡escríbelo!) un desastre.
tantas cosas contienen el germen
de la pérdida, pero perderlas no es un desastre.
Pierde algo cada día. Acepta la inquietud de perder
las llaves de las puertas, la horas malgastadas.
El arte de perder no es muy difícil.
Después intenta perder lejana, rápidamente:
lugares, y nombres, y la escala siguiente
de tu viaje. Nada de eso será un desastre.
Perdí el reloj de mi madre. ¡Y mira! desaparecieron
la última o la penúltima de mis tres queridas casas.
El arte de perder no es muy difícil.
Perdí dos ciudades entrañables. Y un inmenso
reino que era mío, dos ríos y un continente.
Los extraño, pero no ha sido un desastre.
Ni aun perdiéndote a ti (la cariñosa voz, el gesto
que amo) me podré engañar. Es evidente
que el arte de perder no es muy difícil,
aunque pueda parecer (¡escríbelo!) un desastre.
2 comentarios:
Perder si es dificil, pero vas dandole valor a lo perdido, lo mas dificil de aceptar es perder la confianza.....
En ambos casos, perder o despedirse es realmente difícil, pero a lo largo de nuestra experincia de vida comprendemos que el recuerdo es lo que debemos valorar, claro suena lindo, pero todo lo que nos cuesta entenderlo. Tomar la decisión, atrevernos a decirlo o aceptarlo, pasar el duelo, llorar, etc, etc, etc.
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