Hay historias en la vida que realmente no tienen ni pies ni cabeza para aquellos que medianamente conservan cierta sensatez a pesar de los locos tiempos en los que vivimos. Por ello, analizan, reflexionan, comentan, buscan causas, calculan consecuencias... En ello, se va gran parte del tiempo libre, tratando de entender cómo una persona inteligente, bien preparada, educada, viajada, culta, puede equivocarse tanto y tal vez ser engañada, usada o manipulada sin darse cuenta.
Es cierto que muchas veces las necesidades afectivas de un ser humano pueden conducirlo a cometer errores (y graves), necesidades que se esconden tras corazas, son buenos trabajadores, son buenos padres, y sin embargo, una lista de carencias emocionales que se van adquiriendo a lo largo de la vida explotan en un segundo (o lo hacen de manera sistemática) y van causando daños que tal vez serán irreparables en estos seres y a veces en quienes los rodean.
Es cierto que muchas veces las necesidades afectivas de un ser humano pueden conducirlo a cometer errores (y graves), necesidades que se esconden tras corazas, son buenos trabajadores, son buenos padres, y sin embargo, una lista de carencias emocionales que se van adquiriendo a lo largo de la vida explotan en un segundo (o lo hacen de manera sistemática) y van causando daños que tal vez serán irreparables en estos seres y a veces en quienes los rodean.
Surgen vidas paralelas y no todas son por el placer de “gozar una aventura”. Llegan a vivir una película que van inventando (y creyendo) y que a la vez sienten que son los protagonistas y evidentemente directores de una historia que les produce una felicidad a medias. Pues de hecho es a medias. Sienten culpa, pero a la vez justifican sus actos ante quienes tratan de ayudarlo o simplemente no piensa en ello y sigue trepado en el vagón incorrecto.
Un gran amigo mío que maneja la llamada psicología popular o callejera, me decía el otro día durante un "cafecito terapéutico": Yo siempre le digo a mi mujer: nosotros cagamos a nuestros hijos. No tuve más que darle toda la razón, pues cualquiera sabe que parte de las carencias se van adquiriendo en la infancia y se van consolidando en la adolescencia. De adultos, algunas nos arrastran a equívocos terribles, pero a veces se pueden evitar.
Un gran amigo mío que maneja la llamada psicología popular o callejera, me decía el otro día durante un "cafecito terapéutico": Yo siempre le digo a mi mujer: nosotros cagamos a nuestros hijos. No tuve más que darle toda la razón, pues cualquiera sabe que parte de las carencias se van adquiriendo en la infancia y se van consolidando en la adolescencia. De adultos, algunas nos arrastran a equívocos terribles, pero a veces se pueden evitar.
De ahí que, por ejemplo, los hijos -de adultos- van entretejiendo sus vidas con mujeres que se parecen a sus madres, u hombres que se parecen a los padres, o justamente buscan todo lo contrario y de tener una madre piadosa, devota y castradora podemos encontrar una pareja digna de trabajar en un cabaret, con el respeto que se merecen: la madre y la “trabajadora”. Buscan pagar culpas ajenas, creen que su vida forma parte de algún destino prestablecido donde a ellos les ha tocado cargar con el "karma" ajeno, viven historias similares a las de sus padres y a veces de manera más consciente de la que se cree, buscan algo, no saben qué, sin darse cuenta que NO lo van a encontrar en otra persona. Al sentirse infelices con ellos mismos creen que otro puede regalarles la felicidad envuelta en palabras, gestos, caricias sin cobranzas (o con ellas). Al dejar la culpa al destino, a los demás, la frase: era inevitable... cobra una importancia increíble, cuando, analizando hasta la médula, nos damos cuenta que lo in-evitable no existe... excepto morir.
Hay historias en donde el protagonista en una momento de sensatez, fortaleza y autocrítica decide enrumbar y retomar; otras, en las que no decide... la vida -o alguien más- lo hace por él o ella... los finales son impredecibles. El tiempo dirá.
Hay historias en donde el protagonista en una momento de sensatez, fortaleza y autocrítica decide enrumbar y retomar; otras, en las que no decide... la vida -o alguien más- lo hace por él o ella... los finales son impredecibles. El tiempo dirá.
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