
En primer lugar, un extraordinario diálogo que se da entre la madre y la hija sobre cómo era posible que siempre su pastel de chocolate le saliera tan bueno. En la gran metáfora sobre ingredientes y resultado, la madre le da una lección de vida: no importa qué ingredientes tengas a manos, de ti dependerá que las cosas siempre salgan bien. Es un tema de voluntad, de intención. Con lo mucho o poco que te provea la vida, debes saber utilizar las materias primas para alcanzar un resultado con el que siempre estés satisfecho.
En segundo lugar, la certeza de la despedida. Si alguien deja tu vida, y esto puede ocurrir por varias razones, cuando no hay cierre, cuando no hay despedida queda un profundo vacío y sobretodo desazón que es complicadísimo resolver. La muerte súbita de alguien puede producir eso. La muerte de un ser querido debe acabar con un rito según la mayoría de las religiones, y en la que yo fui educada, el velorio y el entierro sirven para ello: cerrar el círculo. Esto me hizo pensar que la practicidad de la cremación, puede ser un arma de doble filo: cuando entierras casi inmediatamente a tu deudo te despides y ya está… si quieres “visitas” y si no quieres no lo haces. Pero al fin y al cabo cerraste, tienes la certeza de la despedida, del descanso mutuo. La cremación, sin embargo, trae la cola de qué hacer con las cenizas… un proceso por el que los deudos no terminan de desprenderse de aquel que ya dejó el mundo de los mortales y terminó su existencia. No se dan cuenta de lo tétrico que puede ser conservar el cadáver liofilizado… reducido a polvo… y continúan el proceso de convivencia con el muerto. No se despiden, no termina de irse.
La certeza de la despedida trae alivio, tr

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