
No obstante, la música entraba en tu vida por otros caminos, las fiestas, la radio, sin discriminar nada eras capaz de absorber distintos sonidos y reconocer las voces e instrumentos casi sin pensarlo. En tu crecimiento, pudiste aprender a disfrutar tanto de la chicha como del jazz, del huayno como de la salsa, del chill house como de la ópera. En esta mezcla bizarra se queda en ti un músico frustrado que se enternece con un charango o se perturba con la Callas.
¿Si hubieras aprendido a tocar un instrumento musical, cuál hubiera sido? ¿Hoy, a qué músico disfrutas y hasta cierto punto envidias? Y yo, que creo conocerte, dudo si podría ser una trompeta, un teclado, o hasta una cajita musical que produzca ritmos afroperuanos…
Son varias las cosas que he aprendido en estos años, a veces uno cree que ya lo conoce todo o casi todo y que la gente que vive contigo es predecible. Sin embargo, yo no dejo de sorprenderme nunca de este amorío que mantienes con la música, en donde yo solamente soy un mudo testigo de esa relación tan tuya y personal, tan íntima que ni siquiera me siento capaz de sentir celos.
Mis recuerdos lejanos, evocan a un chico con una memoria innata para las canciones y sus respectivos cantantes pero creativo con las letras cuando no las recordaba y desentonado –hasta ahora-. Un chico con el ritmo en los pies. Un chico que siempre llevara en su corazón a “Un gato en la oscuridad” y que solo sus amigos del barrio son capaces de entender ese sentimiento, privilegio que les he dejado siempre.
Hace más de veinte agostos alguien muy importante nos deseo que nunca nos faltara ni las risas de los niños ni la música en nuestra vida. Los niños que vinieron ya crecieron pero nos siguen acompañando sus risas o sentidos del humor enormemente creativos. La música la hemos seguido haciendo nosotros , porque te lo he dicho millones de veces, si no bailo contigo… no puedo bailar.
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