Dándole vueltas a casos humanos y humillantes aquí me tienen…
Hace unos meses, fui testigo del maltrato sufrido por una empleada del hogar que con los dolores de parto a cuestas, el personal de emergencia de un hospital de la seguridad social de mi país le pedía los últimos seis recibos de su empleador. Un par de días atrás, me enteré de un caso más grave aún: por evitar una cesárea, un niño había aspirado líquido amniótico, su cerebro tardó como diez minutos en oxigenarse y evidentemente los primeros análisis señalaban daño cerebral. El recién nacido tendrá que permanecer en incubadora hasta que le hagan una tomografía; está en lista de espera: hay que esperar como diez días. Seguramente estos ejemplos no son siquiera la punta de un iceberg y ustedes, amables lectores, tendrán una bolsa llena de otros tantos.
Le preguntaba a un especialista en Derecho Laboral y Seguridad Social, si esto pasaba en los países tercermundistas únicamente. Me contestó que no es exclusivo de los países que curiosamente ocupan el hemisferio sur, se ven en todos lados. Es pandémico.
Es indigno que aquellos que no tienen recursos para acceder a un sistema privado de salud, sean víctimas de un sistema que, además de tragarse parte del sueldo, los trate como seres devaluados.
No hay ironía más grande que las palabras: paciente, asegurado, seguridad… Pareciera que pertenecen a otro universo lingüístico; al mismo conjunto fantasioso en donde reinan el unicornio, el dragón o los hobbits. No obstante, es la vida real, es la maldita vida real.
Me da una rabia enorme no recordar la fuente de esta frase que leí hace poco: la seguridad social hace que los pobres sean más pobre y los viejos, más viejos.
Palabras nunca tan sabias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario