martes, septiembre 01, 2009

Los adolescentes de ayer, los hombres de hoy


para Enrique, Hernán y César
Tuve la suerte hace unos días de ser gentilmente invitada por tres exalumnos. Les enseñe entre sus 16 y 17 años cuando yo tenía 30 y era la primera vez que enseñaba en un colegio (¡juventud, te vas para no volver!). En ese entonces, las hormonas, la adrenalina, la falta de límites, y la gran suerte de vivir sin responsabilidades era lo que predominaba en ellos. Esa actitud “alpinchista” era constante y diaria, y uno como profesora tenía que tomar harto aire para entrar en ese salón que solo tenía 14 alumnos que DE HECHO tenían la mente en otra cosa. Yo trataba de hacer mi mejor esfuerzo y andaba medio frustrada haciendo malabares para lograr que estos jóvenes se apasionaran por el curso.
Sin embargo, conservo imágenes vívidas de ellos: el coleccionar figuritas para llenar los álbumes de moda y quedarse casi dormido en clase, otro que repetía que en el futuro soñaba con casarse con una (tía) millonaria, el beso volado que me mandaba uno de los más movidos todas las mañanas cuando pasaba por mi ventana, el que no hicieran ningún esfuerzo por leer lo que yo les recomendaba, el estar parada delante del salón hablando a una suerte colección de “plantitas” que ni caso hacían. Dirán que soy dura, pero saben que lo hago con cariño. Pero igual, nos reíamos, estos chicos fueron los primeros en enseñarme que de los adolescentes también había que aprender, o en todo caso recuperar algunas cosas que uno pierde con la madurez.

Ya no son mis alumnos, ni siquiera existe entre nosotros una gran brecha generacional; casi casi podría arriesgarme a decir que somos contemporáneos, puesto que estar con ellos ha sido tener un “café terapéutico” con tres viejos amigos a los que no veía hace tiempo y que me ponen al día de sus vidas. Hoy son hombres que trabajan, que han sufrido, llenos de responsabilidades. Estan avanzando y haciendo su propio camino.

Hombres a los que la vida, algunos más que otros, los ha golpeado dejando cicatrices enormes que han sabido superar. Pero en esta senda por la que avanzan reconozco a aquellos adolescentes que yo conocí hace quince años atrás. Son estos niños grandes que yo veía sentados conmigo, en la misma mesa matándonos de la risa de las anécdotas de ayer y analizando las situaciones de hoy. Hombres que me contaban sus sentimientos, hombres más modernos y menos conservadores que los de mi generación que no tenían ninguna vergüenza de mostrar su lado vulnerable y débil frente a su vieja (¿antigua?) miss del colegio.

Hoy son hombres, pero con esa alma de adolescentes que espero conserven siempre.

1 comentario:

Lourdes dijo...

Que linda experiencia, eso vale oro. Lo más lindo que las semillas que tuviste la oportunidad de tenerlos cerca, ya crecieron, de repente alguno ya tiene hijos y pronto les vas enseñar, te felicito.
Un beso