Escribí algunos meses atrás, un post que hablaba de los olores y aquellos que especialmente eran personales, que lograban trasladar mi memoria a millones de años luz atrás para traer al presente gratos recuerdos. El ejercicio de hoy es hacer lo mismo con los el sentido del gusto.
Cada ser humano guarda sus propios sabores predilectos en su disco duro cerebral y es más, solemos asociarlo a la situación concreta, a una etapa de la infancia, a una persona… No fue es por las puras que la punta de la madeja de la gran obra de siete tomos de Marcel Proust - En busca del tiempo perdido- fuera el sabor de una magdalena y la chispa que este prendió esta sensación en su cerebro.
Sabores que tienen una firma personal. Por ejemplo, a pesar de la cantidad de años de casada y de preparar repetidas veces la tradicional salsa de pan (salsa de miga) para acompañar el Sancochado, JC siempre dirá que no es igual a la que otrora preparaba su tía Chuco. Y sé que tiene toda la razón, porque un sabor va más allá de unos cuantos ingredientes… La cuota de melancolía y afecto que trae consigo el probar un plato consignado en tu memoria nunca será como el actual, preparado por otra mano.
Cuando salió, en edición limitada, de nuevo el Sorrento, escuché muchos comentarios que decían: pero no es el mismo de antes. D’onofrio que ya no lo es más, tiene esa capacidad de regresarnos al pasado con los sabores y a veces cambiándole de nombre. Hoy es Huracán lo que ayer fue Caravana, ese helado de leche (ojo, porque no es de vainilla) bañado con una capa de helado de agua de fresa o naranja. Pero ya no es lo mismo…
Me regresan a la infancia: los Choritos a la Chalaca puesto que visualizo en ellos a mi papá cuando los compraba en una suerte de restaurant/tienda llamado Todo Fresco que quedaba al lado del Pico de Oro en Miguel Dasso. El sabor de un buen Chancay me recuerda a mi abuelo Juan Manuel y su devoción por los panes. Los panqueques me remotan a la Cafetería Todos de San Isidro y los lonches sabatinos. Las pasas bañadas con chocolate: la primera infancia de Micaela junto con la fragilidad del embarazo de Alejandro.
Y cosas que no he vuelto a comer y cuya memoria de su sabor me produce una nostalgia enorme puesto que de hecho están asociados a buenos momentos vividos: el marmaón, plato árabe que preparaba la abuela de una gran amiga mía; los tacos que hacía la madre de un compañero mexicano en los tiempos escolares, el strudel recién horneado de Tatiana, la Lasaña en casa de las Tizón, los cachitos de nueces de mi tía Gacha, la mermelada de albaricoque de la tía Maruja, y por encima de todos: los tallarines con pescado bañados en papas al hilo de mi madre …
1 comentario:
uyy .. los sabores y los recuerdos van de la mano. Los cachitos de nueces que hacia mi bisabuela, la torta navideña de mi abuela y los frejoles de mi casa que ahora extraño taaanto !
Viva
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