sábado, marzo 08, 2008

En nuestro día

Supongo que alguno de mis lectores esperará que en un día como hoy escriba un texto alusivo al Día Internacional de la Mujer…. Sí pero no. La verdad es que este día me jode. Me jode tanto como el Día de la Madre, del Padre y del Niño (esta vez no me voy a meter con las celebraciones religiosas).
Me jode tanto como hablar de Literatura Femenina, Revistas para la Mujer, programas para las Mujeres, etc, etc. etc. En todo ello me queda un sabor de “premio consuelo” y eso es lo que me jode. Una suerte de “vamos a darles un poco de atención a las portadoras de uteros”.
Muchos dirán que hablo como una renegada de mi condición. Pues no, simplemente hablo como un ser humano, que tiene en su configuración química los cromosomas XX. Tú tienes el XY, tengo el XX. Tú tienes pene, yo tengo vulva, tú tienes ojos negros, yo los tengo pardos, tú eres alto, yo soy rechata, tú eres policía, yo soy profesora, tú eres soltero, yo soy casada. Simples diferencias buenas y enriquecedoras que experimentamos a diario.
Sin embargo, en algún momento de la historia, en algún maldito momento de la evolución de nuestra contradictoriamente llamada civilización, las diferencias se volvieron abismos y como siempre le digo a mis alumnos: la soga se rompe por el lado más delgado. El hecho de ser XX nos convirtió en seres de una contextura más delicada (lo admito con realismo pues no se puede tapar el sol con un dedo) y ahí está la madre del cordero. Tomaron nuestros destinos y empezaron por siglos, a decidir por nosotras.
Gran problema que se sigue arrastrando hasta nuestros días, gran problema cuando a veces hay que fingir sumisión para ser aceptada, o pertenecer a una cultura que ni siquiera te da la opción de pensar en una mediana libertad de pensamiento, porque no todas podemos decir lo que sentimos o queremos.
Las trampas de la sociedad hacen que la valentía se confunda con histeria, que el uso de un lenguaje fuerte se confunda con vulgaridad, la fuerza con falta de femineidad, la independencia con “nadie la aguanta”, el preocuparse por sí misma con egoísmo, la inteligencia con señal de amenaza, las hormonas revueltas con dramatismo y la lista sigue y sigue. Estoy orgullosa de ser mujer, pero confieso que me indigno enormemente cuando somos nosotras mismas las que nos ponemos las zancadillas para que nos sigan tratando como tontas e inferiores.
Los dejo con este poema de Mario Benedetti:
¿Y si Dios fuera mujer?
pregunta Juan sin inmutarse,
vaya, vaya si Dios fuera mujer
es posible que agnósticos y ateos no dijéramos no con la cabeza
y dijéramos sí con las entrañas.
Tal vez nos acercáramos a su divina desnudez
para besar sus pies no de bronce,
su pubis no de piedra,
sus pechos no de mármol,
sus labios no de yeso.
Si Dios fuera mujer la abrazaríamos
para arrancarla de su lontananza
y no habría que jurar
hasta que la muerte nos separe
ya que sería inmortal por antonomasia
y en vez de transmitirnos pánico
nos contagiaría su inmortalidad.
Si Dios fuera mujer no se instalaría lejana
en el reino de los cielos,
sino que nos aguardaría en el zaguán del infierno,
con sus brazos no cerrados,
su rosa no de plástico
y su amor no de ángeles.
Ay Dios mío, Dios mío
si hasta siempre y desde siempre fueras una mujer
qué lindo escándalo sería,
qué venturosa, espléndida,
imposible, prodigiosa blasfemia.

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