Volví a ver hace poco Los puentes de Madison protagonizada por Merryl Streep y Clint Eastwood. Después tuve la suerte de que me prestaran la novela (Robert J. Walter), un texto breve que cuenta tan solo una historia que ocurrió hace algunas décadas atrás. Una historia que vivieron Francesca Johnson y Robert Kincaid, y que cosecharon los hijos de ella sobre la base de los diarios que encontraron, a la muerte de su madre.
Termina siendo quizás lógico que yo me pare en mi orilla femenina para analizar el tema, y que además, me resulte complicado identificarme con Kincaid; no se me puede ocurrir qué le estaba pasando por la cabeza y el corazón cuando Francesca se convirtió en la mujer de su vida, una mujer a la que solo tuvo un período minúsculo de tiempo, y sin embargo…
Me quedó con unas palabras que rondan la mente de esta mujer: “Me equivoqué Robert, me equivoqué al quedarme,,, pero no puedo irme… Déjame decírtelo otra vez… por qué no puedo marcharme… Dime otra vez por qué debería irme”. Y oyó la voz de él que regresaba por la carretera. “En un universo de ambigüedad, esta clase de certeza viene sólo una vez, y nunca más, por muchas vidas que uno viva”.
La novela, para mí, es en su esencia el testimonio de un gran amor. Pero no sólo me estoy refiriendo al amor entre los dos protagonistas que vivieron una historia, una deliciosa fantasía, un sueño hecho realidad. Es también el testimonio del amor inmenso de una mujer por su familia pues Francesca sabía que tener una familia representaba una gran ventaja: yo por lo menos tenía una familia, una vida con otros. Robert estaba solo. No era justo, y yo lo sabía. Es el testimonio del amor que Francesca le tenía a su marido, pues lo amaba a su manera y sabemos que hay millones de maneras de amar. Es el testimonio del amor más inmenso de unos hijos que lograron ver en su madre justamente lo que somos las madres: seres humanos.
No fue miedo lo que hizo que Francesca no huyera con Robert, tal vez fue sensatez, tal vez fue la razón sobre el corazón, tal vez fue un cúmulo de pensamientos que la obligaron a controlar sus ganas de salir corriendo aunque supusiera sufrir. Pero por encima de todo, fue amor.
Termina siendo quizás lógico que yo me pare en mi orilla femenina para analizar el tema, y que además, me resulte complicado identificarme con Kincaid; no se me puede ocurrir qué le estaba pasando por la cabeza y el corazón cuando Francesca se convirtió en la mujer de su vida, una mujer a la que solo tuvo un período minúsculo de tiempo, y sin embargo…
Me quedó con unas palabras que rondan la mente de esta mujer: “Me equivoqué Robert, me equivoqué al quedarme,,, pero no puedo irme… Déjame decírtelo otra vez… por qué no puedo marcharme… Dime otra vez por qué debería irme”. Y oyó la voz de él que regresaba por la carretera. “En un universo de ambigüedad, esta clase de certeza viene sólo una vez, y nunca más, por muchas vidas que uno viva”.
La novela, para mí, es en su esencia el testimonio de un gran amor. Pero no sólo me estoy refiriendo al amor entre los dos protagonistas que vivieron una historia, una deliciosa fantasía, un sueño hecho realidad. Es también el testimonio del amor inmenso de una mujer por su familia pues Francesca sabía que tener una familia representaba una gran ventaja: yo por lo menos tenía una familia, una vida con otros. Robert estaba solo. No era justo, y yo lo sabía. Es el testimonio del amor que Francesca le tenía a su marido, pues lo amaba a su manera y sabemos que hay millones de maneras de amar. Es el testimonio del amor más inmenso de unos hijos que lograron ver en su madre justamente lo que somos las madres: seres humanos.
No fue miedo lo que hizo que Francesca no huyera con Robert, tal vez fue sensatez, tal vez fue la razón sobre el corazón, tal vez fue un cúmulo de pensamientos que la obligaron a controlar sus ganas de salir corriendo aunque supusiera sufrir. Pero por encima de todo, fue amor.
Esta historia es también una gran metáfora, pues termina representando a todas aquellas encrucijadas que se presentan en la vida, y que a veces con el corazón estrujado se tiene que hacer lo correcto y no lo que deseamos, lo motivante o lo excitante.
Son los puentes los que nos llevan a otro lugar, pero son también los puentes los que nos vuelven a casa.
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