
El placer de leer es único, es personal, sensación tuya y solo tuya. A lo largo de mi vida he confirmado que la lectura tiene la ventaja de producirnos un sentimiento tan agradable que se ubica con comodidad en la lista de placeres personales, e inclusive en muchos casos, la encabeza.
Entrar a una librería, mirar las mesas, los estantes, buscar el libro, que el libro te busque a ti, sufrir cuando no encuentras lo que fuiste a buscar, deleitarte cuando encontraste algo que no esperabas, luego…. en el clímax de tal situación salir con la bolsa de libros en la mano y sufrir la espera de los minutos que transcurrirán entre ello y leer la primera página que te atrapará. Porque como algunos dicen, no eres tú el que busca al libro es él quien te encuentra y te captura.
Es cierto que a veces soy víctima de la excusa de no tener tiempo para leer y es algo así como poner a régimen mi cerebro y mi corazón. No obstante, como suele pasar cuando uno se sale del régimen: me plazco en la lectura pues lo hago compulsivamente y me re-enamoro de ella como si fuera una adolescente. Esa sensación es maravillosa, ese latido especialmente apresurado que me dice que el corazón incrementa sus pulsaciones, cuando retorno a los brazos de ese libro que me espera dispuesto nada más que para mí. Soy totalmente vulnerable a sus palabras, a los sentimientos que de él se desprende, pierdo el interés en todo lo que me rodea porque estoy totalmente seducida. Y yo –como cualquier quinceañera- me dejo envolver y llevar por él.
En ese placer confirmo que la lectura me eleva y me desarma, me hipnotiza y me excita, me transporta y me paraliza, me relaja y me enerva. Sin embargo, sigo viviendo feliz esta constante contradicción que experimento cada vez que abro un libro. Porque además siento admiración y envidia de los autores de estos libros: los odio y los amo porque me llevan a ese estado. Ellos son los que inventan, fabulan, bajan al Averno, vuelan al Paraíso y sacan de su sombrero como magos un truco inesperado para que yo me pregunte ¿hasta dónde puede llegar la imaginación? Dan a luz a criaturas que nos hablan y son capaces de engañar a la muerte porque en mi lectura, ellos serán eternos. Nos regalan su esencia pero también su desgracia.
Al cerrar un libro me siento totalmente satisfecha y a la vez me invaden una enorme desazón y tristeza. Confirmo que entre el lector y el texto los lazos son tan estrechos que en algún momento se vuelven un solo cuerpo, un solo ser, en donde el placer se satisface en sí mismo mientras yo leo y el libro es leído.
Entrar a una librería, mirar las mesas, los estantes, buscar el libro, que el libro te busque a ti, sufrir cuando no encuentras lo que fuiste a buscar, deleitarte cuando encontraste algo que no esperabas, luego…. en el clímax de tal situación salir con la bolsa de libros en la mano y sufrir la espera de los minutos que transcurrirán entre ello y leer la primera página que te atrapará. Porque como algunos dicen, no eres tú el que busca al libro es él quien te encuentra y te captura.
Es cierto que a veces soy víctima de la excusa de no tener tiempo para leer y es algo así como poner a régimen mi cerebro y mi corazón. No obstante, como suele pasar cuando uno se sale del régimen: me plazco en la lectura pues lo hago compulsivamente y me re-enamoro de ella como si fuera una adolescente. Esa sensación es maravillosa, ese latido especialmente apresurado que me dice que el corazón incrementa sus pulsaciones, cuando retorno a los brazos de ese libro que me espera dispuesto nada más que para mí. Soy totalmente vulnerable a sus palabras, a los sentimientos que de él se desprende, pierdo el interés en todo lo que me rodea porque estoy totalmente seducida. Y yo –como cualquier quinceañera- me dejo envolver y llevar por él.
En ese placer confirmo que la lectura me eleva y me desarma, me hipnotiza y me excita, me transporta y me paraliza, me relaja y me enerva. Sin embargo, sigo viviendo feliz esta constante contradicción que experimento cada vez que abro un libro. Porque además siento admiración y envidia de los autores de estos libros: los odio y los amo porque me llevan a ese estado. Ellos son los que inventan, fabulan, bajan al Averno, vuelan al Paraíso y sacan de su sombrero como magos un truco inesperado para que yo me pregunte ¿hasta dónde puede llegar la imaginación? Dan a luz a criaturas que nos hablan y son capaces de engañar a la muerte porque en mi lectura, ellos serán eternos. Nos regalan su esencia pero también su desgracia.
Al cerrar un libro me siento totalmente satisfecha y a la vez me invaden una enorme desazón y tristeza. Confirmo que entre el lector y el texto los lazos son tan estrechos que en algún momento se vuelven un solo cuerpo, un solo ser, en donde el placer se satisface en sí mismo mientras yo leo y el libro es leído.
1 comentario:
Abrimos puertas a debates literarios...
Saludos!
Publicar un comentario