A veces estoy convencida de que los hados están de mi parte. Hace unos días llegó a mis manos el catálogo que edita anualmente la Biblioteca Municipal Torrente Ballester (Salamanca, España) y en el que se recogen las mejores fotografías presentadas cada año al Certamen Fotográfico El Placer de leer junto con textos sugerentes de autores renombrados sobre la lectura. Como ya comenté el mes pasado me atreví a participar en el concurso El Placer de leer...y de escribir , serían escogidos cinco textos además de la selección que ya ellos hacían. Los hados estuvieron de mi lado. Lo comparto con ustedes, advirtiendo que seguramente algunas ideas les serán familiares puesto que he comentado una que otra anteriormente.
El placer de leer es único, es personal, sensación tuya y solo tuya. A lo largo de mi vida he confirmado que la lectura tiene la ventaja de producirnos un sentimiento tan agradable que se ubica con comodidad en la lista de placeres personales, e inclusive en muchos casos, la encabeza.
Entrar a una librería, mirar las mesas, los estantes, buscar el libro, que el libro te busque a ti, sufrir cuando no encuentras lo que fuiste a buscar, deleitarte cuando encontraste algo que no esperabas, luego…. en el clímax de tal situación salir con la bolsa de libros en la mano y sufrir la espera de los minutos que transcurrirán entre ello y leer la primera página que te atrapará. Porque como algunos dicen, no eres tú el que busca al libro es él quien te encuentra y te captura.
Es cierto que a veces soy víctima de la excusa de no tener tiempo para leer y es algo así como poner a régimen mi cerebro y mi corazón. No obstante, como suele pasar cuando uno se sale del régimen: me plazco en la lectura pues lo hago compulsivamente y me re-enamoro de ella como si fuera una adolescente. Esa sensación es maravillosa, ese latido especialmente apresurado que me dice que el corazón incrementa sus pulsaciones, cuando retorno a los brazos de ese libro que me espera dispuesto nada más que para mí. Soy totalmente vulnerable a sus palabras, a los sentimientos que de él se desprende, pierdo el interés en todo lo que me rodea porque estoy totalmente seducida. Y yo –como cualquier quinceañera- me dejo envolver y llevar por él.
En ese placer confirmo que la lectura me eleva y me desarma, me hipnotiza y me excita, me transporta y me paraliza, me relaja y me enerva. Sin embargo, sigo viviendo feliz esta constante contradicción que experimento cada vez que abro un libro. Porque además siento admiración y envidia de los autores de estos libros: los odio y los amo porque me llevan a ese estado. Ellos son los que inventan, fabulan, bajan al Averno, vuelan al Paraíso y sacan de su sombrero como magos un truco inesperado para que yo me pregunte ¿hasta dónde puede llegar la imaginación? Dan a luz a criaturas que nos hablan y son capaces de engañar a la muerte porque en mi lectura, ellos serán eternos. Nos regalan su esencia pero también su desgracia.
Al cerrar un libro me siento totalmente satisfecha y a la vez me invaden una enorme desazón y tristeza. Confirmo que entre el lector y el texto los lazos son tan estrechos que en algún momento se vuelven un solo cuerpo, un solo ser, en donde el placer se satisface en sí mismo mientras yo leo y el libro es leído.
Entrar a una librería, mirar las mesas, los estantes, buscar el libro, que el libro te busque a ti, sufrir cuando no encuentras lo que fuiste a buscar, deleitarte cuando encontraste algo que no esperabas, luego…. en el clímax de tal situación salir con la bolsa de libros en la mano y sufrir la espera de los minutos que transcurrirán entre ello y leer la primera página que te atrapará. Porque como algunos dicen, no eres tú el que busca al libro es él quien te encuentra y te captura.
Es cierto que a veces soy víctima de la excusa de no tener tiempo para leer y es algo así como poner a régimen mi cerebro y mi corazón. No obstante, como suele pasar cuando uno se sale del régimen: me plazco en la lectura pues lo hago compulsivamente y me re-enamoro de ella como si fuera una adolescente. Esa sensación es maravillosa, ese latido especialmente apresurado que me dice que el corazón incrementa sus pulsaciones, cuando retorno a los brazos de ese libro que me espera dispuesto nada más que para mí. Soy totalmente vulnerable a sus palabras, a los sentimientos que de él se desprende, pierdo el interés en todo lo que me rodea porque estoy totalmente seducida. Y yo –como cualquier quinceañera- me dejo envolver y llevar por él.
En ese placer confirmo que la lectura me eleva y me desarma, me hipnotiza y me excita, me transporta y me paraliza, me relaja y me enerva. Sin embargo, sigo viviendo feliz esta constante contradicción que experimento cada vez que abro un libro. Porque además siento admiración y envidia de los autores de estos libros: los odio y los amo porque me llevan a ese estado. Ellos son los que inventan, fabulan, bajan al Averno, vuelan al Paraíso y sacan de su sombrero como magos un truco inesperado para que yo me pregunte ¿hasta dónde puede llegar la imaginación? Dan a luz a criaturas que nos hablan y son capaces de engañar a la muerte porque en mi lectura, ellos serán eternos. Nos regalan su esencia pero también su desgracia.
Al cerrar un libro me siento totalmente satisfecha y a la vez me invaden una enorme desazón y tristeza. Confirmo que entre el lector y el texto los lazos son tan estrechos que en algún momento se vuelven un solo cuerpo, un solo ser, en donde el placer se satisface en sí mismo mientras yo leo y el libro es leído.
1 comentario:
Abrimos puertas a debates literarios...
Saludos!
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