La semana pasada tuve la suerte de estar en Buenos Aires participando en un Congreso de Lectura organizado por la Fundación EL LIBRO, durante la Feria Internacional del Libro (valga la redundancia).
Ello nos llevó a aprovechar la oferta enorme de teatro que existe en esa ciudad, y por recomendación de unos amigos peruanos fuimos a ver “La isla desierta”. Éste espectáculo de una hora y diez minutos está a cargo de la Compañía Ojcuro, con un elenco que combina personas invidentes con los que no lo son. La obra es de Roberto Artl y en ella se transmite los deseos reprimidos de ser libres, soñar, disfrutar de la vida que comparten 5 empleados públicos que se la pasaban todo el día frente a sus máquinas de escribir, y que a lo lejos escuchaban la sirena de los barcos del puerto que iban y venían llevando justamente esos sentimientos de querer vivir fuera de esas cuatro paredes.
Sin embargo, más allá del texto, la obra es totalmente a oscuras. Desde que entras, tomando de los hombros a quien está delante de ti en la fila, debes seguir las instrucciones de tu “lazarillo”. Éste/a te indica a qué paso debes ir entrando al escenario, dónde ubicar tu silla y poniendo especial énfasis en que si te sientes mal (en pánico, claustrofóbico, o lo que sea) simplemente, en cualquier momento de la función gritas su nombre. Cosa que por cierto, a nadie le ocurrió (calculo que éramos unos 50 espectadores).
La obra empieza en la oficina, y el olor a café es inconfundible, el tecleo de las máquinas de escribir, el sonido del puerto va modificándose, a medida que pasa la obra, de acuerdo a las historias que cuenta el hombre de la limpieza que ha viajado como marino mercante por distintas partes del mundo. El mundo, justamente empieza a ingresar en el público a través del oído, del olfato y tacto, pues hasta el aire y el agua de una lluvia torrencial tocaron mi cara.
“Ver” el mundo a través de otros sentidos me hizo reflexionar muchísimo en aquello que sólo miramos pero no vemos. Es cierto que la vista es uno de los sentidos más valorados, pero también es verdad que como nos pasa con muchas cosas, sobrevaloramos más ciertos aspectos de nuestras vidas y minimizamos otros sin darles la importancia que merecen.
Ello nos llevó a aprovechar la oferta enorme de teatro que existe en esa ciudad, y por recomendación de unos amigos peruanos fuimos a ver “La isla desierta”. Éste espectáculo de una hora y diez minutos está a cargo de la Compañía Ojcuro, con un elenco que combina personas invidentes con los que no lo son. La obra es de Roberto Artl y en ella se transmite los deseos reprimidos de ser libres, soñar, disfrutar de la vida que comparten 5 empleados públicos que se la pasaban todo el día frente a sus máquinas de escribir, y que a lo lejos escuchaban la sirena de los barcos del puerto que iban y venían llevando justamente esos sentimientos de querer vivir fuera de esas cuatro paredes.
Sin embargo, más allá del texto, la obra es totalmente a oscuras. Desde que entras, tomando de los hombros a quien está delante de ti en la fila, debes seguir las instrucciones de tu “lazarillo”. Éste/a te indica a qué paso debes ir entrando al escenario, dónde ubicar tu silla y poniendo especial énfasis en que si te sientes mal (en pánico, claustrofóbico, o lo que sea) simplemente, en cualquier momento de la función gritas su nombre. Cosa que por cierto, a nadie le ocurrió (calculo que éramos unos 50 espectadores).
La obra empieza en la oficina, y el olor a café es inconfundible, el tecleo de las máquinas de escribir, el sonido del puerto va modificándose, a medida que pasa la obra, de acuerdo a las historias que cuenta el hombre de la limpieza que ha viajado como marino mercante por distintas partes del mundo. El mundo, justamente empieza a ingresar en el público a través del oído, del olfato y tacto, pues hasta el aire y el agua de una lluvia torrencial tocaron mi cara.
“Ver” el mundo a través de otros sentidos me hizo reflexionar muchísimo en aquello que sólo miramos pero no vemos. Es cierto que la vista es uno de los sentidos más valorados, pero también es verdad que como nos pasa con muchas cosas, sobrevaloramos más ciertos aspectos de nuestras vidas y minimizamos otros sin darles la importancia que merecen.
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