sábado, septiembre 13, 2008

¡Es una niña!

A Micaela, por su fuerza, por su esencia
(disculparán los lectores lo extenso de esta publicación)

Durante mi primer embarazo me preguntaba: ¿cómo se quiere a un hijo? Pues sabemos cómo querer a nuestros padres (con todas sus fallas), a nuestros hermanos (con más fallas todavía), a un hombre… pero querer a un hijo era totalmente nuevo, un sentimiento que nunca había experimentado.
Cuando nació mi hija en un frío setiembre 18 años atrás y la tuve entre mis brazos no me vino repentinamente ese amor maternal del que hablaban las novelas: tuve miedo, un miedo inmenso y una confusión que reflejaba todo lo pensado desde que supe que iba a ser madre, un miedo que era el resultado del milkshake de sentimientos que tenía en ese momento, del cansancio de parir, de las hormonas revueltas, las esperanzas, el verla sanita y completa, y más. Ahora empezaba a querer a esta niña que había llegado a mi vida, mi niña (porque para una mujer tener una niña es espectacular; digan lo que digan es una especie de regreso a la infancia: recuperas a tu muñeca y ahora puedes jugar con ella 24 horas al día sin que te manden a dormir, ya no vas a poder dormir!!!).
No obstante, empiezas a darte cuenta de que la manera de querer a un hijo genera ante todo un principio que en realidad puede haberse vivido con otra intensidad pero no en su real dimensión: el sacrificio. Horas sin dormir, vivir un encierro con un horario que ya no depende de ti. Sacrificios que históricamente pueden llegar hasta el moral o el mortal. Uno es capaz de sacrificar la propia felicidad por un hijo (de forma consciente o inconscientemente) sin caer en patologías, desde luego. Ya nada será igual.
Cuando nace tu primer bebé todo el mundo quiere darte consejos y todos son válidos, pero yo aprendí que las palabras más sabias eran la de una voz muy importante: la que fui descubriendo poco a poco en mi interior, mi propia intuición maternal.
Es cierto que los consejos más valiosos fueron los de mi propia madre a pesar de las diferencias generacionales –ella tenía casi 70 años cuando nació mi hija-. No obstante, en la real conexión madre-hijo(a) no se admite tres en escena. Es lo que pienso, si alguien no lo comparte me tiene sin cuidado.
Nada es idílico, lo idílico justamente es eso: no existe. Ya desde el principio me di cuenta que tenía que ser realista con lo que había empezado a vivir, tenía una vida ajena en mis manos: NO ME PERTENECÍA a pesar de las ganas que pudiera haber tenido de que fuera realmente de otra manera. Era evidente que la responsabilidad de llevarla dentro de mí por nueve meses había marcado mi vida, pero había que criarla para el mundo de fuera, no para mí, ni para su padre, ni para sus abuelos, criarla para ella misma.
Pisamos terreno minado cuando criamos a una niña, es más conflictiva, más rencorosa, más vulnerable. Por momentos te ve como la mujer en la que quiere convertirse y por otro, como aquella que jamás quiere ser. Te ama con locura y en eso te vuelves su enemiga, compartes con ella demasiados espacios y ella quiere, debe y merece su propio lugar. Ya lo ha ganado, solo con nacer, es cierto, pero lo tiene que demostrar y ahí empieza la batalla. Yo no sabía eso en esa fría mañana de setiembre.
He disfrutado de mi hija cada minuto de mi vida desde que nació, con sus bemoles, con sus llantos casi interminables, prendida de la teta en horas inimaginables, en situaciones inimaginables, cada cambiada de pañal, y cuando durmió toda una noche la disfruté más. La he disfrutado cuando me bañó de espinaca al darse cuenta de que escupir era divertido, cuando la peinaba y vestía y ella se empecinaba en tener el pelo como una loca perdida. La he disfrutado cuando su primera palabra no fue mamá ni papá sino agua (desilusión total). La sigo disfrutando cuando se echa conmigo en la cama y me cuenta cómo le va en la universidad.
Creo que ella ha disfrutado de mí, a su manera. Hay una fuerza en su mirada que no ha perdido desde que nació y esa fuerza me hizo crear mil y un mecanismos para mantener una conexión especial y no perderla: hacerle entender que yo NO era perfecta, y que nunca pretendí ser un ejemplo para ella. Que ante todo soy contradictoria y humana.
En estos años mi hija ha recibido varias cartas de mi parte (es obvio que me gusta escribir) y gracias a ellas pude hacerle entender muchas cosas de la vida que tal vez en una conversación hubiera generado más de un conflicto. Ello no quita que hayamos tenido grandes discusiones, no muy grandes encontronazos, y la conexión sigue viva. Nos reímos mucho, muchísimo y lo seguimos haciendo, sí que lo seguimos haciendo… ahora más cuando nos reímos de los hombres que conviven con nosotras…. y también lloramos juntas, pero no tanto: otro elemento compartido: somos de llorar poco.
Hay frases que a mí, como madre, me fueron muy útiles y creo que fueron muy valiosas para ella, en distintos momentos de su vida (y de la mía). La crías para que ella también sea madre al fin y al cabo. Comparto algunas: Soy tu amiga, pero por encima de todo soy tu madre / Hija, no tienes una madre perfecta: me equivoco más de lo que crees / Busca propio tu camino, mi historia es mía y no admite réplicas / Ser mujer es duro pero muy divertido / Si nos reímos juntas ¿por qué no podemos llorar juntas? / Yo tengo mi privacidad, por eso respeto la tuya / ¿Quieres un heladito?/ Tengo miedo / Te quiero. Nunca esperé nada a cambio. Si me dijo no, o no me contestó y a mí no me gustó: me guarde la lágrima y luego tranquila en algún momento lo conversé con ella. Las mujeres tenemos una forma muy peculiar de guardar nuestros rencores.
En todas esas palabras he dejado un pedazo de mí y ella lo sabe. Tu hija tiene más en común de lo que se muestra a la vista, es tuya y a la vez no lo es. No obstante, hay que reconocer que no hay fórmula perfecta para llevarte bien con ella salvo chambear cada día y no desmayar en el intento. Puedes tirar la toalla a veces, pero hay que levantarla pronto porque eso sí… al mayor descuido se te puede ir para siempre…. Es mujer, no lo olvides, tan conflictiva como tú.
De una canción maravillosa de John Mayer, cantante que mi hija “me presentó”:
Girls become lovers who turn into mothers
So mothers be good to your daughters, too


¡Mica, bienvenida a tu mayoría de edad, aunque por dentro ya lo eres!

7 comentarios:

Soñadora dijo...

Hola Claudia, primera vez que visito tu blog y te felicito, me gusta como escribes.
ESte post en especial me ha encantado, será que también soy madre de una "niña" que ya tiene 23 años y con la que gracias a Dios tengo una hermosa relación, y me siento identificada con lo que describes.
Saludos,

Anamaria Mccarthy dijo...

Yo desde que recuerde quiero tener una hija, me la imaginé miles de veces, su nombre, su cara, nuestra relación .. pero hasta que no llegue, seguro no sabré nada.La relación que tienen Mica y tu es maravillosa, yo que las conozco de tan cerca lo veo. Me sorprendo que sólo cumpla 18, cuando es una chica tan madura !! Feliz cumple años Mica !! y felicidades para t que cumples 18 años de ser mamá !

Claudia dijo...

Es un trabajo del día a día que no acabará, me queda claro. No obstante, por sobre todas las cosas cuando hay amor todo fluye.

Ojoavizor dijo...

Te felicito Claudia

De tus palabras se desprende que has logrado una maravillosa relación con tu hija.
La semilla que has sembrado en su corazón florecerá permanentemente, para la alegría de los tuyos.

Ojoavizor

Claudia dijo...

Gracias OJOAVISOR. La vida da muchas vueltas, por eso es que para que sea permanente no hay que bajar la guardia.

Anónimo dijo...

tía te faltó decir que de chiquita recuerdas (y recordamos)los "buenisimos" chistes con los que mica nos entretenía en todos nuestros almuerzos!!!

Anónimo dijo...

hola Claudia! primera vez que visito tu blog, instigada por tu amiga Ma Lis y déjame decirte que me has hecho "perder" tiempo de mi chamba, pegada!
leí tu articulo "es una niña" y me identifiqué tanto pues yo también tengo mi nena que cumplió 18 en noviembre y realmente es ESPECTACULAR.
te felicito! sigue alimentándonos con tus inspiraciones.