
Mi creativa, optimista, buena onda y sobre todo, generosa amiga Patricia Laos, me llevó a su taller –después de que la jorobé días enteros para ver cuándo íbamos- y luego de pasar por el laberinto del fauno, ella entenderá a qué me refiero, subimos por una escalera y llegamos al paraíso.
Empecé a avanzar... y en eso, sobre el lado izquierdo apareció: una explosión de color, un ir y venir de trazos, unas pinceladas de óleo llenas de luz, llenas de energía contagiante, naranjas, verdes, rojos, marrones, un crisol de colores indescriptible: todo en casi dos metros cuadrados. Esto es lo que quiero, pensé. No quiero ver nada más. Lo quiero para mí.
Así deben ser las relaciones que tienen las personas con el arte, un choque eléctrico de sensaciones indescriptibles, inefables.
Tuve suerte, JC compartió el sentimiento. Es más, fue él quien me motivó a escribir esta publicación puesto que ambos nos sentimos muy identificados con lo que el cuadro representaba: un nuevo inicio.
Así deben ser las relaciones que tienen las personas con el arte, un choque eléctrico de sensaciones indescriptibles, inefables.
Tuve suerte, JC compartió el sentimiento. Es más, fue él quien me motivó a escribir esta publicación puesto que ambos nos sentimos muy identificados con lo que el cuadro representaba: un nuevo inicio.
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