martes, marzo 31, 2009

Tabú y lenguaje 2


Durante años, el tribunal del no muy Santo Oficio (social y lingüístico) ha mandado al banco de los acusados a un variopinto conjunto de términos que considera las lisuras, las malas palabras, el vocabulario soez y todas las formas que ha utilizado para llamarlas, para etiquetarlas.
Las malas palabras, guste o no, son irremplazables, no tienen un sinónimo ni nada que le parezca. Fonéticamente, inclusive, tienen tal fuerza que no es lo mismo que yo le diga a alguien ¡Ándate a la mierda! que ¡Ándate a la caca! o peor aún: ¡Ándate a la defecación! La fuerza expresiva del fonema /r/ es suficiente, por más de que yo pronuncie CaCa o deFecación. No es necesario ser más gráfica.
Los formas disfrazadas que se escuchan a diario: caracho, caray , por ejemplo, no pueden llegar tampoco a reemplazar al gran carajo que no es socialmente correcto, pero igualmente irremplazable. Recuerdo por un lado en mis tiempos universitarios, a José Antonio del Busto cuando explicaba (casi vivencialmente las partes de la armadura como la carajera, aquella que protegía el órgano sexual masculino: el carajo otrora llamado así). Recuerdo por otro, un maravilloso y traumante pellizcón de mi madre en el brazo -siempre gordito- cuando a mis ocho años pronuncié molesta un ¡caráspitas! que dicho sea de paso, parece una interjección salida de la boca de Robin (el amigo de Batman). Mi hija a los tres años dijo por primera vez huevón y nos cagamos de risa (¿cómo expresas la idea real de cagarse de risa con una "buena palabra"…?). Ya que estamos en el terreno, peligroso e incomprensible para muchos, de la gramática justamente con cagada los usuarios del "fino" vocablo hemos logrado crear un sustantivo de significado contradictorio, ambigüo, en donde el uso del artículo (la/una) es el que le otorga el valor correspondiente. Por ello, no es lo mismo decir X es una cagada que X es la cagada. Geniales!
Los que me conocen saben que uso muchas "malas palabras". Siento que me sirven como instrumento enriquecedor cuando converso con personas que no llegan a sentir una “falsa ofensa” al oírlas. Porque me disculparán, pero es una hipocresía escandalizarse. No obstante, ¿alguien es mejor o peor por decir tres lisuras, diez o ninguna? Pues sí, estamos condenados… pero nadie, NADIE sabe el por qué. Por lo que entonces resulta que castigar una parte de nuestro idioma (u otro) es un dogma. Asume el formalismo social como cualquier otro. Ridículo. Soy una adulta que se cuestiona por qué no puedo decir una mala palabra y además con el agravante de ser mujer. Siempre estoy en problemas como comprenderán.
Hace unos días hablaba con mis maravillosos alumnos de V de media y juntos reflexionamos sobre esto. Coincidimos en que, de hecho, el origen de gran parte de este vocabulario estaba en el campo de lo considerado tabú. Por ejemplo, todas aquellas palabras que hacen referencia directa o indirecta a algún órgano sexual o al sexo mismo. También conversamos sobre el hecho de que algunas palabras no eran “vulgares” propiamente sino que en un determinado contexto las palabras “normales” se ponían el disfraz de "malas": huevo, polvo, concha, pieza… entre las que maneja mi generación y la de ellos. No se pueden imaginar qué divertida, qué libre y sobre todo, enriquecedora fue la discusión. No pretendí tampoco teorizar. Mi pretensión como siempre, fue hacerlos pensar. Al final, la pregunta que quedó en el aire fue: si están en el diccionario, si combinan bien las letras, si tienen un significado ¿por qué son malas?
Piénselo, dense unos minutos y analicen como los chicos de dieciséis años, ríanse, comparen, imaginen situaciones. No busco que estén de acuerdo conmigo, pero sí al menos que reflexionen sobre el uso del lenguaje.

4 comentarios:

Alberto dijo...

No creo que existan "malas palabras" pero si malas intenciones. Inclusive si "insultas" a alguien, dependiendo del contexto, el grado de amistad y otros factores el insulto termina siendo algo gracioso, entre amigos. El lenguaje es libre y siempre lo será, es una pena que no todos lo ven de esa manera.

Anónimo dijo...

Coincido contigo, Claudia y con Alberto.

Hace unos años, en mi época de escolar, una madre de familia salió horrorizada de mi colegio (uno situado en San Antonio en la calle Augusto Angulo) porque todos eran unos huevones. En el colegio todos se llamaban Huevón. Cuando ya tenías más confianza te converías en On. De manera más natural y sin malas intenciones. Hasta habían mentadas de madre, pero nadie se molestaba ni nada.

Otro caso es en Chile, que inclusive salió un dulce que se llamaba Weon. El Weon, como dicen ellos, es parte del lenguaje diario.

Ya lo dice el viejo y conocido refrán: No hay palabra mal dicha, sino mal-decida.

Anónimo dijo...

Tu post está de la puta madre

ireich dijo...

Y que me comentan del popular PEZWEON del Facebook, es un conche!!!