Me preguntaba el otro día, a partir de una interesante conversación, por qué muchas mujeres después de divorciadas deciden darle a su vida un matiz extraordinario de independencia y (comentado por varias amigas mías) les cuesta encontrar un hombre que les soporte el salto.
De hecho, es cierto que ser dueño de tu vida es una sensación que no tiene precio. Y aunque suene retrógrado lo que voy a decir, creo que para una mujer de mi generación tiene un valor agregado. Criadas como nos hayan criado, nuestra psique debe recordar lo que fue crecer de manera convencional; seguramente algunas con madres más modernas tuvieron la suerte de abrirse al mundo de manera más natural que otras.
Al quedarse sin compañero, y a cargo de los hijos la defensa del nido se fortifica. Hay mucho temor, no así no más le vas a presentar a tus hijos a cualquier galán que aparezca. Muchas se sienten especialmente vulnerables y temerosas de qué dirán y prefieren mantener un perfil bajo con la pareja de turno.
Algunas, por su mismo carácter, buscarán la compañía inmediata de un varón que las cobije mientras que otras, harán gala de su capacidad de socializar –que tal vez tuvieron en latencia durante el matrimonio- y disfrutarán con toda la libertad del mundo de amigos y amigas con los cuales pasar tiempo bueno, divertido, catártico, casi adolescéntico. Sin horarios, sin restricciones, sin explicarle nada a nadie. Ambas posturas totalmente válidas y valientes. Y claro, curiosamente muchos hombres lo resienten.
Estar sola ahora resulta más fácil, por decirlo en cierto sentido, se habla inclusive de un nuevo concepto de soledad (ver texto Las nuevas soledades de Marie France Hirigoyen) de ella recojo un fragmento que leí en una entrevista:
Desde que las mujeres han teóricamente, obtenido la independencia financiera y sexual una cantidad importante de ellas rechazan sacrificar su independencia por el confort de la vida en pareja. Esto ha fragilizado a los hombres pues la independencia de las mujeres las hace menos disponibles para ellos, enfrentándolos a su propia vulnerabilidad.
De hecho, es cierto que ser dueño de tu vida es una sensación que no tiene precio. Y aunque suene retrógrado lo que voy a decir, creo que para una mujer de mi generación tiene un valor agregado. Criadas como nos hayan criado, nuestra psique debe recordar lo que fue crecer de manera convencional; seguramente algunas con madres más modernas tuvieron la suerte de abrirse al mundo de manera más natural que otras.
Al quedarse sin compañero, y a cargo de los hijos la defensa del nido se fortifica. Hay mucho temor, no así no más le vas a presentar a tus hijos a cualquier galán que aparezca. Muchas se sienten especialmente vulnerables y temerosas de qué dirán y prefieren mantener un perfil bajo con la pareja de turno.
Algunas, por su mismo carácter, buscarán la compañía inmediata de un varón que las cobije mientras que otras, harán gala de su capacidad de socializar –que tal vez tuvieron en latencia durante el matrimonio- y disfrutarán con toda la libertad del mundo de amigos y amigas con los cuales pasar tiempo bueno, divertido, catártico, casi adolescéntico. Sin horarios, sin restricciones, sin explicarle nada a nadie. Ambas posturas totalmente válidas y valientes. Y claro, curiosamente muchos hombres lo resienten.
Estar sola ahora resulta más fácil, por decirlo en cierto sentido, se habla inclusive de un nuevo concepto de soledad (ver texto Las nuevas soledades de Marie France Hirigoyen) de ella recojo un fragmento que leí en una entrevista:
Desde que las mujeres han teóricamente, obtenido la independencia financiera y sexual una cantidad importante de ellas rechazan sacrificar su independencia por el confort de la vida en pareja. Esto ha fragilizado a los hombres pues la independencia de las mujeres las hace menos disponibles para ellos, enfrentándolos a su propia vulnerabilidad.
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